CULIACÁN VERSUS CULIACÁN

Óscar Fidel González Mendívil

AGUASCALIENTES, Ags., lunes 2 de mayo de 2016.- Regresar parece ser uno de los rituales que hacemos los seres humanos y que forma parte de una base ideal de situaciones que nos identifica como especie, o al menos, como cultura. El regreso al lugar anhelado es parte de las experiencias comunes a todos.

Y como suele suceder en estos casos, se idealizan las características del sitio y se permite que la distancia y la añoranza corrijan la memoria y quede un núcleo brillante de nuestra idea de ciudad en la cual vivimos alguna vez.

Si se es sinaloense que vive en alguna otra parte del país, desarrollas un agudo sentido de pertenencia a la llamada patria chica y te la pasas buscando dónde venden pollos o mariscos estilo Sinaloa, suspiras cada que escuchas El Sinaloense, sigues la variación de temperaturas del terruño y tratas de averiguar cómo va en el standing el equipo de béisbol de tu ciudad. Claro que también están las otras noticias, el narco, la violencia, los asesinatos, los feminicidios, los desplazados.

Por eso regresar es siempre un ejercicio de actualización de la memoria. Es un reencuentro con familiares, amigos, calles, edificios, y en algunas ocasiones, es incorporar a nuestro acervo las nuevas personas, las nuevas construcciones, las nuevas vialidades.

Después de tres años* Culiacán nos recibió con un moderno paso a desnivel que nos llevó directamente a veinte minutos de embotellamientos ocasionados por las obras que se están realizando en la ciudad. Tráfico pesado, conductores pacientes.

En los días siguientes hemos visto de todo. Desde la saturación consumista de Forum hasta el carísimo precio de los tacos. El parque las Riberas con sus caminantes, ciclistas y puestos de nieves, churros, esquites y demás. El Tai Pak, la Primavera, el templo de La Sagrada Familia, todo en orden.

Y claro, a los días, la escena acordonada de un homicidio a pocos metros del Mercadito, en el cual, por cierto, seguían pululando inalterables las chicas cambia-dólares. Después, las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Familia y amigos. Felicitaciones en persona y por el Face. Fotos que ya no se toman con cámaras sino con los teléfonos celulares, móviles dirían los españoles. Fotos para avisar o presumir a los amigos nuestras celebraciones. Si no te lo digo por Face no te lo digo del todo.

Vecinos y sus fiestas. La música a todo volumen, claro, si no qué chiste tiene. Carros en tu cochera. Una sola bala en el suelo junto a la puerta de la casa. Con un par de golpes sobre el costado, como si la hubieran querido detonar a martillazos. Nosotros a dormir, la bala a la basura.

El Paseo del Ángel empieza a despertar a las seis de la tarde el 25 de diciembre. El Colegio Niños Héroes ausente. Catedral rodeada por esa reja que la encorseta, limita, asfixia, ¿protege? La Plazuela Obregón resguardada por Antonio Rosales y su cañón. El edificio La Lonja solitario. Los huesos del cine Reforma reutilizados en el Museo Interactivo sobre las Adicciones. Debería existir una palabra para las ciudades que se devoran a sí mismas.

Supermercados pregonando la creencia en el sagrado consumismo. Personas que se acercan a pedirte unos pesos en los cruceros, otros que te los exigen por haberte enjabonado el parabrisas sin que lo hayas pedido. Imposible distinguir a quienes verdaderamente lo necesitan. Optas por establecer una regla para estos casos. Si traigo cambio puede que coopere, si no, no.

Amistades de la palomilla de la Federal 2 recuperadas gracias al WhatsApp, otras visitadas con promesa de retorno como El Paquiro, otras pendiente como el Urci, otras más hasta desayuno pidieron, como el Malayerba (la verdad él pagó) y otras encontradas de forma casual en la ciudad.

Mujeres hermosas por toda la ciudad. Algunas operadas ¡de las nalgas! No me pregunten, eso fue lo que encontré. En mis vueltas por la ciudad me encuentro con que algunas chicas voltean a verme. Justo cuando mi ego está a punto de proclamar una victoria me percato que en realidad voltean a ver a mi hijo y mis sobrinos que me acompañan.

La típica función familiar de cine de Navidad, acompañada de café y crepas que la señorita de la tienda no atina a terminar de hacer y cuando lo hace se le ha olvidado el queso filadelfia. Ni te platico cuánto se tardó en darnos un simple té de manzana verde, sólo te cuento que ya habían matado al dragón y los enanos habían despachado a los primeros quinientos orcos.

Culiacán es un espejismo y a la vez una realidad, es recuerdo y actualidad, es la perla del Humaya y capital del narco, hogar de los Tomateros y los gomeros, centro de uno de los valles agrícolas más ricos del país.

Mi Culiacán se desvanece como neblina y da paso a otro Culiacán que me recibe con las mismas calles que albergan nuevas construcciones. Nuevas generaciones que te hablan interpretando los modismos de toda la vida. Los amigos de siempre en escenarios nuevos. Mi ciudad, siempre Culiacán, siempre llena de paisanos.

Cada quien tiene su Comala, su Callejón del Cuajo, su San Garabato, el mío es Culiacán, aunque a veces se ponga rejego y me quiera desconocer.

*) Publicado el 4 enero de 2015 en el periódico Ríodoce y reproducido aquí con autorización del autor.

 

 

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