Elecciones y democracia/3

Jorge Varona Rodríguez

AGUASCALIENTES, Ags, jueves 20 de julio del 2017.- 4.- Será 2018  una fase transitoria, acaso crucial, pero sólo un momento. Lo sustancial, antes que personajes y liderazgos (necesarios, pero el futuro de México no puede depender de un individuo o de un puñado que  venera al becerro del mercado o aquellos  que  creen que adoran ante el altar de la patria), radica en  un proyecto que convenza a todos  porque incluya las voces, las razones y las causas de todos. Eliminar los orígenes de la  confrontación, la violencia, la desconfianza, los temores y la exclusión. Sustentar, en cambio, los motivos legítimos del compromiso, la responsabilidad, el diálogo y el entendimiento, no únicamente en lo político y lo electoral, sino en todos los órdenes de la vida nacional, empezando por la economía y los derechos humanos, sociales, económicos y culturales.

Cabe  la observación de si es posible convencer a todos. La sabiduría popular enseña que pretender quedar bien con todos deviene en quedar mal con todos. Convencer a la mayoría; o a las diversas minorías que juntas hacen  mayoría,  del complejo y extenso entramado clasista, étnico, religioso, cultural y regional de México.

Ese proyecto de sociedad, cultura, derechos humanos y democracia es cuanto debieran, sin dobleces ni subterfugios, diseñar, argumentar y explicar a los ciudadanos los aspirantes “independientes” o partidistas o los políticos predestinados, y de esta manera ganar confianza en las ideas, la política y las instituciones democráticas. Eso sí puede construir liderazgos y movilizar al pueblo.

En las campañas electorales y preelectorales –como ya es el caso–  lo “normal”, por convencional, el propósito es destacar personajes. Muchos lemas y slogans, pero pocas ideas. Facilita la fusión de la ideología con la demagogia  y origina cierto tipo de propaganda  –que no se limita a los periodos preelectorales, sino es permanente y sistemático–  de tendencia totalitaria cuya progresión táctica actúa en todos los planos de lo humano. No se trata ya de una actividad parcial y pasajera, sino de la expresión misma de un proyecto que se asume absoluto con voluntad de conversión,  conquista y explotación.

Esta propaganda está vinculada con la lucha de  ideologías que encubren intereses económicos y ambiciones de poder (más sospechosas en cuanto no se asumen como ideologías, sino como filosofías, verdades reveladas o verdades científicas) para imponer con su visión del mundo, el dominio no  únicamente en el plano político sino en el económico  y en todo el complejo de  las relaciones sociales:  trabajo,  propiedad, consumo, conciencia,  control del cuerpo, esparcimiento,  información, valores de la vida y  creencias.

5.- La mayoría de los mexicanos, ocupados en la diaria lucha por sobrevivir ¿está conciente y  preparada para llevar a cabo esa tarea de trasformación nacional? Ya sea la un nuevo modelo de desarrollo dentro del sistema capitalista neoliberal, si eso fuese posible, ya sea una revolución, pacífica desde luego. ¿Revolución armada?  Sólo el pueblo organizado, con conciencia política es capaz de hacer cualesquier revolución social y política.  Ha lugar a cuestionar, por ello mismo, si existe realmente lo que llamamos pueblo, comunidad política conciente de sí y para sí; o, desplazando al pueblo y despojándolo de su identidad,  prevalece la sociedad civil en su condición de  conglomerado clasista minoritario pero dominante, con plena conciencia de sus  intereses  pretendiendo representar a toda la sociedad, incluidos aquellos individuos que sólo poseen su hambre y su esperanza.

Gramsci lo aclara meridianamente: “… la distinción entre sociedad política y sociedad civil, que de distinción metódica es transformada en distinción orgánica y presentada como tal. Se afirma así que la actividad económica es propia de la sociedad civil y que el Estado no debe intervenir en su reglamentación. Pero como en la realidad efectiva, sociedad civil y Estado se identifican, es necesario convenir que el liberalismo es también una ‘reglamentación’ de carácter estatal, introducida y mantenida por vía legislativa y coercitiva. Es un acto de voluntad consciente de los propios fines y no la expresión espontánea, automática, del hecho económico. El liberalismo, por tanto, es un programa político destinado a cambiar, en la medida en que triunfa, el personal dirigente de un Estado y el programa económico del propio Estado, o sea cambiar la distribución de la renta nacional”.

Diversos autores (Arditi, 2002) advierten del carácter polémico de sociedad civil ya que es “muy disímil”  la idea de los pensadores jusnaturalistas (el paso del estado salvaje a la civilización), de la de Hegel (estadio intermedio entre la familia y el Estado), o de Marx (el espacio de la actividad económica, base del Estado) o Rousseau (culminación negativa del progreso). Bobbio admite que explicar la sociedad civil exige referirse al Estado: se explican uno al otro precisamente por su relación contradictoria.

Como apuntan muchos estudiosos, ante el desclasamiento de la sociedad lo que resta es esa masa volátil y amorfa de ciudadanos independientes sin identidad social y política. Acaso es la actitud con la cual “se hace el juego a alguien, especialmente si ese alguien es un Estado extranjero” (Gramsci), o a la élite criolla.

De cualquier modo  es evidente que las cúpulas empresariales y tecnocráticas, así como las burocracias partidistas están en lo  suyo para impedir cualquier cambio subversivo, pacífico o no.

El asunto es que si no existe pueblo, comunidad política organizada, conciente de sí y para sí, no hay posibilidad  alguna de cambio profundo.

 

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