COSA DE PRENSA / En Primera Persona 10

Los muchachos de antes, en 1988. De pie: Rafael Aceves, de Monitor; una edecán; Ricardo Alemán, de La Jornada; y Javier Rodríguez Lozano, de El Universal. Sentados: Juan Gerardo Reyes, de Excélsior; y otra edecán.

 

 

  • Tiempos viejos, barra antigua de ayer, ¿dónde estás?

  • La Cristiada aquí; allá, melancolía porteña bonaerense

  • Calles inventó sistema político pero chocó con el clero

  • El mundo se reinventa y da a luz nuevas expresiones

 

Javier Rodríguez Lozano

 

CIUDAD DE MÉXICO, miércoles 17 abril 2024.- Es complicado, mas no imposible, reinventar al periodismo; un oficio que naciera con la magia de la palabra, en el instante mismo en que la humanidad empezara a hablar, y esto creo yo que jamás podrá superar la inteligencia artificial, porque nunca tendrá lo principal: Corazón.

 

Es lo mismo que decía, y que muy pocos disciernen, El Principito de Antoine Saint-Exupéry, al ponderar: “Solo el corazón ve, lo esencial es invisible a los ojos”.

 

En mis libretas de apuntes de reportero hay de todo, como en botica, ya volveré con el tema del año de 1976, donde con la “autopsia” de una inflación, la de Luis Echeverría Álvarez, daré puntos de referencia para entender todas las demás; es decir, una muy compleja manipulación del poder económico mundial, por fortuna, en franca recesión.

 

Sí, por supuesto que entré a los tecnisismos en no pocos seminarios tanto del Banco de México, como de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, pero prefiero el lenguaje periodístico que se llama: Al grano, donde solo el que no quiera ver no mirará nunca nada.

 

Hay momentos en que la memoria de casi seis décadas pide descanso, pero el maldito hábito del oficio me lo impide; Hubo largos años, sino es que décadas, en que en la guardia de nuestros periódicos éramos no sólo lo más conocido, sino una parte obligada de los inventarios; lo que de nosotros conocían nuestras familias eran solo los deberes saldados, siempre y cuando cobráramos las comisiones de publicidad, porque los salarios eran para llorar; no en La Prensa, donde teníamos como cooperativa -igual que en Excélsior– los más altos del mercado. Mejores que en Televisa.

 

Ah, qué tiempos aquellos…

 

Por ejemplo, en 1988, cuando la campaña presidencial me llevó primero, con Rosario Ibarra de Piedra; y luego, una quincena después, con Manuel J. Clouthier del Rincón, Maquío; y que Carlos Salinas de Gortari ganara a la malagueña, tumbando al sistema, dejando al país turulato, como dicen que decía Mario Benedetti al enjugarse las lágrimas en que lo ahogara un “amor perdido”, que es precisamente lo que el alma del tango llama “Traición de mujer” y que Carlos Gardel, con el tango también de Manuel Romero, Tomo y obligo (1931, cantara por última vez antes de morir en 1935) –“Todas, amigo, dan muy mal pago / Y mi experiencia lo puede afirmar” – describe mejor.

 

Antes de llegar a “los muchachos de entonces”, permítaseme un ligero contexto del año de 1926, por supuesto, dos décadas antes de mi nacimiento. Mientras en México estallaba La Cristiada, provocada por la Ley Calles de 1926, aquellas que le leían la cartilla a la religión católica, en Buenos Aires, Argentina, un escritor cinematográfico, Manuel Romero, escribía el tango Tiempos viejos, que 11 años más tarde llevaría al cine con Carlos Gardel, bajo el nombre Los muchachos de antes no usaban gomina.

 

Plutarco Elías Calles, gústele o no a las nuevas generaciones, para mí, por supuesto, mis respetos para ellas, inventó el sistema político mexicano que aún tiene vigencia con la Cuarta Transformación, porque Andrés Manuel López Obrador se formó en el echeverrismo, el peor momento político de los tiempos modernos, pero está resultando impresionantemente muy superior a sus maestros.

 

Calles pensó en todo, pero nunca debió pelear con el clero; una sangría inútil, aunque también habría que considerar que en el tercer milenio, los fundamentalismos han quedado muy rebasados, sin importar que arrasen en Gaza y que desoigan al Vaticano, la explosión exponencial del conocimiento llamada quinta dimensión los rebasa con mucho.

 

En aquel 1926, además del episodio mexicano ya descrito, en las márgenes del Río de la Plata se escuchaba un melancólico tango, Tiempos viejos, del citado Manuel  Romero, que en 1937 arribaría al cine:

 

-Te acordás, hermano, qué tiempos aquellos / Eran otros hombres, más hombres los nuestros / No se conocían coca, ni morfina / Los muchachos de antes no usaban gomina / Te acordás, hermano, qué tiempos aquellos / Veinticinco abriles que no volverán / Veinticinco abriles, volver a tenerlos / Si cuando me acuerdo me pongo a llorar / ¿Dónde están los muchachos de entonces? / Barra antigua de ayer, ¿dónde están? / Yo y vos solos quedamos hermano / Yo y vos solos, para recordar / Te acordás, las mujeres aquellas / Minas fieles de gran corazón / Que en los bailes de Laura peleaban / Cada cual defendiendo su amor/ ¿Te acordás hermano, la rubia Mireya / Que quité en lo de Hansen al loco Cepeda?/ Y hoy es una pobre mendiga harapienta / Te acordás hermano, lo linda que era? / Se formaba rueda pa’ verla bailar / Cuando por la calle la veo tan vieja / Doy vuelta a la cara y me pongo a llorar.

 

En 1988, durante la campaña presidencial de Maquío, un hombrón recio e indestructible, que sin embargo, sufría indeciblemente de un enorme dolor en su corazón: Alguien muy querido de su familia, un varón, le iba al PRI, y no quería saber nada de aquella campaña; de hecho, nunca se pararía en ella, como sí lo hicieran sus hermanas Tatiana, Lucía y Rebeca, más bragadas que aquel junior. Y por supuesto, también doña Leticia Carrillo Cázares, finada en 2017, también, una señorona.

 

Algún día, no hace mucho, me encontré a aquel junior en Aguascalientes, y comenté con él aquel sentimiento de su señor padre; por supuesto, casi me golpea… Son tamaños diferentes; aquel era un hombrón.

 

En 1988, en la segunda etapa de la campaña presidencial de Manuel J. Clouthier llegamos a Mexicali y Tijuana; ahí me agarró una fuerte gripa, de la cual me sacaron adelante los médicos de Maquío.

 

En un descansito, “los muchachos de antes” y yo, nos reunimos a comer con unas edecanes que alguien nos mandó. Ahí estábamos, en el salón comedor mis grandes compañeros y amigos periodistas: Rafael Aceves, de radio Monitor (1974-2008) conducido por José Gutiérrez Vivó, un señor periodista que fuera perseguido por el gobierno de Felipe Calderón.

 

También estaba mi gran amigo y compañero periodista de La Jornada, Ricardo Alemán, otro señor periodista que cuando en una gira a Jalisco, alguien metió una lista apócrifa de reporteros que recibieran dinero del gobierno estatal, protestaría enérgicamente y acuñara una frase singular: “Arrieros somos, y en el camino andamos”.

 

Y Juan Gerardo Reyes, de Excelsior, otro señor periodista al que no volví a ver luego del golpe mortal ordenado a El Periódico de la Vida Nacional por Olegario Vázquez Raña, bajo los auspicios de Vicente Fox Quezada, y que derivara en el asesinato de su director José Manuel Nava Sánchez, en noviembre de 2006, justo el día en que yo y muchos otros compañeros periodistas más habíamos comido con él en el Club Primera Plana, donde presentaría su libro y denunciaría a sus asesinos… Pero en México ese tipo de delitos no se persiguen.

 

LA COSA ES QUE…

 

Ayer estuve con Mouris Salloum George, directivo del Club de Periodistas de México, A.C., acompañando a Viviana Margaleff, CEO del Grupo Corporativo Eureka y a su esposo Carlos, lo que aprendí es imperdible: Cómo se reinventa el mundo y da a luz nuevas expresiones.

 

Viviana es una joven de 42 años que habla como una mujer madura de dos décadas más, al menos.

 

Es probable que no lo perciba, a lo mejor sí, pero la suya es una de aquellas voces que parecen no venir de esta vida -espiritualmente hablando- sino de alguna de las 86 vidas que, por ejemplo, viviera Catherine, antes de reposar en el diván del psicoterapeuta Brian Weiss, y remontarse a una de sus vidas pasadas, de hasta seis mil años de antigüedad. Es decir, de una poco común y gran inteligencia.

 

Viviana es asesora empresarial y lo que menos genera es prosperidad.

 

Y por otra parte, a diferencia del alma del tango, que es “La traición de mujer”, el periodismo es otra cosa… Una Cosa de Prensa.

 

Nos vemos en otro momento.

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