AH, L.AS VACUNAS

(Tomado de Facebook)
Roberto Fuentes Vivar
CIUDAD DE MÉXICO, sábado 13 marzo 2021.- El miércoles me tocó vacunarme en la Escuela Normal Superior. Todo fue de primera, hasta el experimento social de reunir a Polanco y las Lomas con la Pensil y Santa Julia. Sobre esto mi columna a ritmo (y en homenaje) de Chava Flores.
Seguramente el verdadero cronista de la ciudad de México, el gran Chava Flores, ya hubiera escrito una canción sobre la vacunación y muy probablemente la situaría en la Escuela Normal Superior, para dar continuidad a su vieja tonada: “ahora sí Las Lomas, ya semos vecinos / ¡Ya sabrás mamón lo que bolillo!”.
Ahí precisamente en la Normal, el miércoles 10 de marzo (a tres meses exactos de que se cumplan 50 años de que de ahí salió la marcha del Jueves de Corpus para el famoso halconazo que no se olvida) me tocó vacunarme. Y sí mi sorpresa fue grande desde que me baje del camión y caminé sobre la México-Tacuba las dos cuadras que distan desde el circuito interior hasta el recinto educativo, porque había gente de todos los colores y sabores, clases y desclases.
Y para empezar, la organización, creo, fue de lo mejor para una bola de viejitos que parecía que íbamos a bailar la purépecha danza de los ídem. Unos con bastones y andaderas y otros más con paso lento, como yo entiendo. Hasta uno que otro con caminar firme y deportivo En menos de una hora ya había yo salido y salí tarareando a Chava Flores.
Claro que, desde antes de entrar, la puerta principal de la Normal parecía hervidero de gente. Con un embotellamiento de esos con mentadas de madre y tatatátatás claxoníferos, porque coches de todo tipo (desde Mercedes Benz 2021 hasta topaces que apenas circulan un día a la semana, si bien les va) intentaban bajar lo más cerca posible a sus queridos y amados vacunados. De los coches salían sillas de ruedas, algunas eléctricas y otras tan desvencijadas como la botella del funeral de Cleto. Pero también salían muletas, bastones, sillas plegables, enfermeras particulares, acompañantes y muchas sonrisas, porque “ahora sí ya van a vacunar a la abuelita”.
Pero la mayor parte de los que llegaban lo hicieron en el metro y no por la nostalgia de la canción de Chava Flores (“Adiós mi linda Tacuba, /ya pasamos por Cuitláhuac, /ya pasamos por Popotla /y el colegio melitar; / ya me estoy arrepintiendo /no haber hecho de las aguas; / si me sigue esta nostalgia/ yo me bajo en la Normal”), sino porque ahí era la cita.
A diferencia del 10 de junio 1971, cuando los “melitares”, como les diría Don Chava, se disfrazaron de estudiantes (de halcones, más bien), ahora había tres ejércitos para la vacunación. Uno integrado por voluntarios o empleados del gobierno capitalino que lucían chalecos de diferentes colores, otro formado por médicos y enfermeras y el otro por los soldados con su brazalete de DNIII en auxilio a la población civil.
Y pues nada, que me dicen “fórmese ái” y que me formo. Y que revisan mis papeles (sólo mi INE y mi registro de vacunación) y me dicen “pase usted” y pos que paso y que una jovencita con chaleco verde me dice “sígame” y que la sigo. Y que me dice “siéntese aquí, que aquí le van a atender”. Y que me siento. Y que llega una señora, también de chaleco verde (en el que algún lugar tenía escrita la palabra “Cultura”) y se sienta enfrente de mí, con una mesa de paño verde de por medio, y que me da gel antibacterial y que me comienza a interrogar, que si tengo esto o lo otro, que si estoy enfermo, que si he tenido fiebre y yo que a todo le respondo y ella que va anotando los datos. Hasta que me comienza hacer plática y que me dice que tiene hambre que lleva desde temprano atendiendo vacunados y que la urge ir aunque sea por una torta. Y que termina de anotar y que me dice “esta hojita es muy importante, es la que tiene que traer para la segunda dosis, así que guárdela muy bien. No la vaya a perder”. Pos que la guardo. Y que me dice “orita vienen por usted”.
Y que se acerca otro enchalecado verde, pero ahora con un logotipo del deporte y que me dice “sígame”, pos que lo sigo y que me dice “siéntese ahí” y que me siento. Era una carpa con unas 30 filas de sillas desarmables o plegables. Y que lleva a otras personas hasta que se llenó la fila y que nos dice “esperen tantito, ahorita vengo por ustedes”. Y que lo esperamos todos.
No habían pasado ni diez minutos, cuando llegó el enchalecado verde del deporte y nos dice “síganme” y que lo seguimos todos en fila india y que nos lleva a una mesa en donde estaban dos enfermeras y un soldado. Y que una de las enfermeras, Fernanda, nos dijo que ella nos iba a vacunar y que nos enseña las jeringas y que nos da instrucciones y que nos enseña la botellita de la vacuna que decía “Pfizer BioNTech” y que me pregunta que si soy zurdo porque ya había preparado mi brazo derecho para la inyección, y que le digo que no y que me dice entonces que me arremangue la camisa del brazo izquierdo y que me pincha y que no lo siento y que me da un parchecito y que me dice “pángaselo en donde le pinché” y que me lo pongo. Y que pregunto qué cuantas mesas de vacunación hay y que me dice que hay 45.
La deportista y el balonófago
Y no había pasado ni un minuto desde que me pincharon, cuando llega otra enchalecada, pero ahora color morado y nos explica que tenemos que pasar al área de observación donde estaremos 30 minutos. Y que nos dice “síganme” y que la seguimos. Y que llegamos hasta otra carpa en donde nos dice a todos los que la seguimos en fila india que nos sentemos en el orden en que venimos formados y que nos sentamos.
Y que pienso que no ha pasado ni media hora desde que entré, no por la puerta principal, sino por una de las entradas laterales de la Normal y ya estoy vacunado y en observación, escuchando a una enfermera que nos dice que si sentimos dolor de cabeza, dolor en el brazo, dolores musculares, le avisemos. Y que pos no les aviso nada, porque no me duele nada.
Pero aprovecho para ver a mis vecinos de fila india. Dos señoras ya muy grandes de edad, también enchalecadas y con vestidos de flores. Otras tres vestidas con pants desvencijados. Una más con pants de marca y visera de Louis Vuitton, dos señores parecidos a mí, es decir sin ningún rasgo característico, más que ser de la clase media.
Pero que se me ocurre voltear a la fila de atrás a mi derecha y que veo una pareja de las Lomas (¿o serían de Polanco?), él con pantalones de mezclilla y un saco de gamuza, ella con pantalones de ejercicio y una blusa deportiva cargando una bolsa que después vi en la página del Palacio de Hierro con la marca Bottega Veneta y que cuesta 67 mil 250 pesos.
Y que me acuerdo de la canción de Chava Flores de que “ahora sí las Lomas ya semos vecinos” y que recuerdo otra de las estrofas “ya sabrán las Lomas de los tacos: /de cachete y bofe para que haiga roce, /pa’ que los de la alta sepan ya vivir. /Aquí no hay gladiolas, coronas ni rosas, /sólo tripa gorda que nos manda el PRI”.
Pero la tripa gorda no la envía el PRI (¿O sí?), sino la panza de un setentón que parece haberse comido un balón de futbol y hace que la pirámide invertida en la parte inferior de su camiseta del América, parezca círculo con un logotipo de Huawei distorsionado. Y que veo a la señora casi octogenaria de las Lomas que está sentada junto al él y le huye. El metro de distancia que había entre la silla de la anciana deportista y el americanista pelón ya se hizo de más de metro y medio, porque la fue alejando con sus brazos que presumen todavía su tono muscular.
Y que la señora lomera baja sus lentes oscuros que tenía en la cabeza, cual gorro, para ponérselos frente a los ojos y observar (de reojo y como que no quiere la cosa) al americanista que se comió un balón. Y que en esas estoy cuando se me acerca un jovencito enchalecado (ahora el chaleco es beige) y que me dice, “me enseña su comprobante de vacunación” y que se lo enseño y que le toma fotos con su celular y que apunta ahí unos números y que me dice “esta es su fecha preliminar para la segunda dosis” y que me lo entrega y que el pregunto que cómo cuántas personas atiende al día y que me dice que “como a 120”.
Y que se va y que oteo otra vez atrás a mi derecha y veo que la silla de la señora de las Lomas está pegadita a la de su esposo y que el americanista balonófago se está tomando fotos a sí mismo y hace gestos, mientras que por un altavoz una voz pide otro altavoz porque al que está usando ya se le acabaron las pilas. Y que ipso facta se acerca otra enchalecada y le un altavoz de donde sale un mensaje: “si alguien tomó por equivocación un estetoscopio rojo, por favor devuélvalo, lo necesitamos”.
Y que me como tres tacos de tripa
Y que me pongo a hacer cuentas y que cuento 15 filas de 10 asientos cada una. Y que pienso que estamos 150 vacunados en observación, solo en esta carpa. Y que se acerca la enchalecada de morado y nos dice “ya pasaron los 30 minutos, por favor síganme” y que nos lleva detrás de la carpa y nos dice señalando con su mano derecha “por ahí está la salida” y que le pregunto que cuántas carpas para observación hay y que me señala, una y otra más. Son tres, me dice. Y que comienzo a caminar hacia la salida y que muchas enchalecadas me sonríen y me dicen “lo esperamos para su segunda dosis”. Y que a una de ellas le pregunto que como cuántas vacunas van a poner hoy que me contesta que como cinco mil y que le digo gracias por todo.
Y que salgo y veo que sigue el embotellamiento y siguen saliendo vacunables de los coches y que siguen los tatatátatás en los cláxones y que me acuerdo de que por aquí cerca, en la Pensil está la pulquería de Osofronio el mayor, cuya inauguración narró Chava Flores y que se me antoja un pulque y que camino por la México Tacuba y veo que hay un pulquito blanco que me está haciendo ojitos, pero que me digo que no porque me dijeron que no puedo tomar nada de alcohol por varios días. Y que me digo que ni modo, pero eso sí, que paso por donde hay unos tacos de tripa y que no resisto y que me como tres.
Y que voy camino al camión y me imagino que la señora de las Lomas nunca había pasado por aquí y que a lo mejor la única vez que supo de esta avenida fue cuando vio en Netflix la película Roma.
Y que tomo el camión de regreso a casa y que me digo que qué bien organizado está todo. Y que pienso que no es cierto que le tomen fotos a tu INE, ni a nada, que son puros chismes de esos de los que hablaba Chava Flores, que no hay encuestas, ni insinuaciones políticas, ni que vacuna solo hay una. Y que en menos de una hora ya estaba yo afuera y hasta disfrutando el regusto de mis tacos de tripa. Y que me acuerdo de que en tres meses se van a cumplir 50 años del halconazo de aquel fatídico Jueves de Corpus y que mejor me digo a mí mismo “pues qué bien me fue con mi vacuna”.

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