Por Alejandro Ruiz Robles
“LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE HONESTO”
LO QUE BIEN SE APRENDE
Desde pequeño, con palabras y hechos me enseñaron en casa que la honestidad es un atributo personal cuyo valor moral atiende a entablar relaciones interpersonales basadas en la confianza, probidad, sinceridad y respeto mutuo.
Quien demuestra tal cualidad, no sólo honra su origen sino a la decencia, el pudor, la dignidad, la sinceridad, la justicia, la rectitud, la honradez y la congruencia en su forma de ser y actuar.
Siempre será un motivo de alegría conocer a una persona que se conduzca de manera honesta y exhiba en sus acciones a una persona equilibrada en sus valores e intereses apegado a un actuar recto, probo y honrado.
Sin duda que es un privilegio compartir con alguien cuyo código de vida sea congruente con sus manifestaciones sociales como íntimas.
¿Conoces a alguien así? … ¿tú lo eres?
EL REFLEJO DE TU CUNA.
Es curioso, pero en nuestro actuar diario no nos percatamos que en nuestras acciones y a través de nuestros dichos, no sólo proyectamos quienes somos sino los orígenes con quienes nos formaron.
Al mostrar educación, cortesía, decencia, respeto hasta vulgaridad, grosería, irreverencia y mezquindad, la gente a nuestro alrededor tiene los elementos necesarios para analizar nuestro comportamiento y, afortunada o desafortunadamente, reconocer los esfuerzos de quienes han estado desde nuestra niñez.
“Por sus frutos los conocerás” y sin duda alguna, somos el producto de los esfuerzos de las personas que nos han acompañado; en especial, de nuestros padres. En nosotros está honrarlos con el trato que mostremos por nosotros y los demás.
Si hay algo que es constante y trasciende en el día a día es la manera en que fuimos educados; es decir, el resultado de las enseñanzas que recibimos, asimilamos, adaptamos y exhibimos.
En su oportunidad, las personas que crecieron con nuestra influencia, en especial, nuestros hijos, serán los embajadores de lo observado en casa. ¿Estás consciente de este compromiso?
LO DELEZNABLE DE LOS VITUPERIOS.
Es práctica común que las personas que se sienten incómodas, ofendidas o superiores al resto, se ocupen de señalar con calificativos o señalamientos a otros; lo hacen sin mayores fundamentos o partiendo de rumores o simples especulaciones. Con ello, buscan censurar, denostar o desaprobar con firmeza a quien no actúa como ellos así lo esperan.
Curiosamente, este tipo de acciones, con independencia de la incomodidad que lleguen a causar en los receptores de tales acciones, lejos de exhibirlos, muestran la calidad de persona de quien los profesa y por consecuencia, una afectación a su imagen con el deterioro de su credibilidad ante sus escuchas.
Si yo acuso a alguien de una actitud deshonesta o deshonrosa por el sólo hecho de hacerlo, lo único que muestro es que yo soy quien se aparta del honor y la honestidad, convirtiéndome en el principal saboteador de los valores que me fueron inculcados.
Ante ello, resulta lógico pensar … ¿realmente es necesario lastimar con nuestras palabras a quienes están fuera de nuestro alcance o actúan distinto a nuestras expectativas?
LOS AUTOCALIFICATIVOS.
Es costumbre que entre servidores públicos y figuras políticas escuchemos que ellos destaquen de entre sus cualidades: “la veracidad”, “la honorabilidad” y, en especial, la “honestidad”, de última en su patrimonio y acciones, principalmente. De ahí que es un hábito declarar una guerra a quienes a su juicio sean corruptos sin que necesariamente existan las medidas judiciales que así los sentencien.
A manera de campaña, repiten tanto ser honestos que lejos de hacerlo una forma de vida, sólo se convierte en su lema vacío y carente de realidad.
Basta tener en cuenta que para muchos el hecho de expresar una idea en forma constante, sin importar su veracidad, puede crear una presunción de certeza en una comunidad. Lastimosamente, en la mayoría de los casos resulta una absoluta contradicción la suma de sus dichos con sus hechos.
Si bien no estamos en campaña … ¿manifiestas tu honestidad en tu actuar?
¡SOY LO QUE SOY!
A mayor abundamiento, quien es honesto no necesita llamarse así a cada minuto o en cada oportunidad, lo muestra con su esfuerzo, su trabajo, su palabra y sus acciones.
Una persona virtuosa muestra sus cualidades día a día y con ello, la dignidad en su vivir.
Difícil es pensar en la honradez de alguien que por su esfuerzo y trabajo no busca generar recursos suficientes para sí y para quienes están a su lado en forma ética y de acuerdo con las mínimas normas sociales de convivencia.
Pretender ser honesto y vivir de caridades exhibe a una persona que no tiene valor por sí y que está en vías de convertirse en improductivo para su comunidad.
¿Qué aspiración de valor puede tener una persona cuyo trabajo es vivir del esfuerzo y generosidad de otros?
VIVIR CON HONORES.
Por lo general, al recordar nuestra infancia encontramos momentos plagados de emociones con nuestros padres y familiares.
Era tan sencillo sentir el amor, que sobraban las maneras de manifestarlo.
Si de algo nos nutrimos en muchos momentos de nuestro desarrollo era de afectos por parte de quienes nos rodeaban; e incluso, palabras y caricias que nos motivaban a actuar positivamente.
En tal ambiente y con sus testimonio y ejemplos, crecimos y aprendimos lo más importante: sus principios y valores.
Conforme maduramos, comprendimos su importancia y los hicimos nuestros.
Es probable que, con el tiempo y las circunstancias, algunos de ellos hayan sido limitados, modificados o fortalecidos … ¡pero sus bases siguen en nosotros!
Podremos tener una calificación perfecta, ya sea con número o letra, en nuestra etapa académica; pero sabemos que una palabra de amor acompañada de un abrazo, beso, caricia o apapacho es una recompensa inigualable.
Si crecimos con los mejores maestros, con las enseñanzas más adecuadas y en las condiciones óptimas … ¿por qué cambiamos?
Si los valores nos hicieron personas de bien … ¿por qué cambiamos con la seducción de ser distintos?
SIMPLEMENTE … ¡SOY EL QUE SOY!
En un mundo tan complejo y extraño, en el que las personas de valor parecieran ser una especie en peligro de extinción y los oportunistas se incrementan ante la ausencia de ciudadanos comprometidos, se hace necesario que resurjan personas bien intencionadas con principios sólidos y valores empáticos con el bien común.
En nuestras raíces esta la respuesta a los problemas que enfrentamos; basta recordar los esfuerzos de nuestros padres por darnos la mejor vida que podían y las mil y una batallas que libraron para que nosotros fuéramos la mejor versión de nosotros.
Quizás nuestras realidades no alcanzaron a sus metas, pero seguro que con su ejemplo recordamos las virtudes que consolidaron nuestra esencia ante su ausencia.
No conozco a nadie que engendre a su hijo con una ilusión distinta a hacerlo feliz, siendo el mejor hombre o mujer posible.
Es tal la fortaleza de sus convicciones que por más fuertes que sean nuestras caídas, siempre tendrán la esperanza de que nos levantaremos para seguir adelante.
En ese sentido, si ellos nos han dado todo … ¿por qué no continuar con sus enseñanzas?
¿Qué padre pretendería dar a su hijo lecciones que atenten a su dignidad?
Es momento de actuar y si bien, las películas de ciencia ficción nos los muestran como la última esperanza de la humanidad … ¡No necesitamos héroes con capas! … ¡Necesitamos ser la persona de amor que fuimos concebidas en el seno de nuestras familias y actuar en consecuencia!
Es tiempo de actuar y dejar que otros sepan que somos las personas de valor que nuestros padres desearon. … ¿Estás dispuesto a continuar el legado familiar de principios y valores?
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Posdata: ¡Agradezco a la Gubernatura Indígena del Estado de Hidalgo haberme otorgado un Reconocimiento Internacional en el marco del “TOLTEQUINOX 2022” el pasado 21 de marzo!
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