ELECCIONES Y DEMOCRACIA/2

Jorge Varona Rodríguez

 

AGUASCALIENTES, Ags.viernes 14 de julio del 2017.- 2.- Primero el programa y luego el nombre, dijo el clásico (Reyes Heroles). Pero fue en otros tiempos.  Ante la crítica situación de la vida nacional, no puede hablarse sólo de un programa, menos de una relación de propuestas más o menos coherentes y viables  si lo fuesen. Hoy en  día lo que está en la arena social y política es el proyecto de nación,  la lucha por el Estado y recuperar la sustancia de la democracia: el poder del pueblo, por el pueblo  y para el pueblo. No basta un procedimiento para legitimar a la selección de gobernantes.

El gran desafío no sólo para 2018 sino para el  siglo 21 –pensando en las próximas      generaciones no sólo en las siguientes elecciones—es el de la plenitud de las libertades y   los derechos humanos, cuyo ejercicio esté al alcance de todos como consecuencia de condiciones dignas en el nivel de vida. Recuperar Nación, Estado, justicia social, sujetar economía y mercado a las prioridades del bienestar de familias e individuos. Ética de la democracia en lugar de la del privilegio del uno por ciento.  Así será posible la cohesión de los mexicanos y la fortaleza de la República.  Formar  una voluntad colectiva nacional-popular mediante la acción disruptiva de los ciudadanos para forjar una nueva idea de República y de relaciones sociales, económicas y políticas.

El dilema es muy claro: 1) una revolución pacífica reconstruyendo el andamiaje constitucional del Estado para ponerlo al servicio de la justicia social, imponga el valor del trabajo por encima del valor del capital y hacer efectivos, entonces, los ya reconocidos derechos humanos; 2) una revolución radical que elimine el actual modelo económico capitalista neoliberal y en su lugar instaurar  un régimen democrático socialista; 3) políticas públicas que cumplan el papel de moderar la indigencia pero no resolver de fondo las causas de la pobreza extrema y la opulencia.

Ahora bien, como advierte Gramsci, “el concepto de revolución [pasiva, le llama] debe ser rigurosamente deducido de los principios fundamentales de la ciencia política: 1) que ninguna formación social desparece mientras las fuerzas productivas que se desarrollaron en su interior se encuentran aún en posibilidades de ulteriores movimientos progresivos; 2) que la sociedad no se plantea objetivos para cuya solución no se hayan dado ya las condiciones necesarias, etc. Se entiende que estos principios deben ser desarrollados críticamente en toda su importancia y depurados de todo residuo de mecanicismo y fatalismo”

La cuestión hoy en día es cuán grave y aguda es  la crisis de la democracia representativa y liberal, en lo  nacional y lo global. La pregunta es si estamos ante  una crisis histórica debido al  reiterado fracaso del liberalismo económico que ha propiciado aquí y allá la ruptura del equilibrio social originado “por el proceso de deshumanización que se yergue para apuntalar un orden social totalitario y represivo” (Roitman).

Una interrogante más: si es posible a través de medios legales y democráticos cambiar el actual estado de cosas y no sólo moderarlo. ¿Cuánto más resisten las injusticias del hambre, la pobreza, la exclusión y la violación de los derechos humanos?

Sin embargo, todo parece indicar que la extrema derecha del imperio global sigue teniendo capacidad para nuevos “movimientos progresivos”.

3.- La agudización de las diferencias y las desigualdades, da  lugar a una gama amplia de conflictividad que va desde cuestiones focalizadas regional o  sectorialmente hasta la confrontación directa al Estado y el debilitamiento –en algunos casos disolución–  del tejido social.

Sin embargo, en repudio a la privatización del Estado y su reducción al papel policiaco-represivo, muchos analistas  consideran estratégico recuperar el Estado nacional y popular como la única instancia de eficacia para construir identidades colectivas, es decir los espacios y las condiciones de supervivencia para un hombre individual que se  diluye en un yo colectivo nacional y mundial. Y no únicamente ello, sino como medio para conferir nuevo y amplio  cauce a las luchas sociales.

Es necesario, por tanto,  plantear el proyecto de democracia y de sociedad, de nación y de Estado. Es una cuestión ideológica, ciertamente, pero es en el terreno ideológico que el hombre adquiere plena conciencia de las relaciones sociales (Gramsci), la conciencia de la organización colectiva y comunitaria, la ruptura de un caduco estado de cosas y la afirmación de que es posible otro México, uno a la medida de las aspiraciones y prioridades de los propios mexicanos. Partidos y líderes políticos independientes  ¿están preparados y  dispuestos a asumir esta responsabilidad? La UNAM, algunas agrupaciones ciudadanas, el Consejo Nacional Indigenista y hasta Morena han formulado ya planteamientos que van en ese sentido. Bienvenidos porque son luz y aire fresco en un clima nacional espeso, aunque hasta hoy son esfuerzos dispersos y poco conocidos. Y, salvo el CNI, no necesariamente apuntan   hacia un cambio radical, sólo la idea de mitigar y moderar. La cuestión es la dispersión: cercanos, acaso en algunas de las ideas básicas, pero distantes políticamente en la organización, la estrategia y la unidad. Cada cual en su carril y en su ruta. Por ello la importancia y la urgencia  de una coalición política incluyente, popular y progresista que no se empequeñezca conformándose  con cambiar de inquilino en  Los Pinos, sino que piense en una revolución: la del México libre y democrático del siglo 21.

 

Todo ello es el núcleo de las coaliciones y las plataformas político-electorales, motivo de comentarios aparte.

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