Carlos Ferreyra Carrasco
Me tropecé con esta fotografía y no resisto la tentación de contarles una anécdota:
CIUDAD DE MÉXICO, lunes 31 de julio del 2017.-Estaba don David en los toques postreros de su obra en el antiguo Hotel de México, propiedad, sueño incompleto de don Manuel Suárez un español propietario de una fábrica de asbestos, Techo Eterno Eureka.
Además de negociante, dueño del Casino de la Selva, don Manuel era un hombre que pese a su gran acervo económico sentía un gran respeto por las bellas artes. De allí que inclusive su concepción arquitectónica del edificio emblemático, hoy World Trade Center fuese en base a módulos y, lo más importante, construido con un sistema revolucionario, la tridilosa de Heberto Castillo, un medio no sólo económico sino mucho más resistente y durable que las construcciones hasta entonces conocidas.
Supe del choque entre don Manuel, hombre respetable por donde se le viese, y el impresentable periodista mexicano, ícono de la deshonestidad pero creador del columnismo político, Carlos de Negri, sujeto al que ni siquiera los presidentes se atrevían a cuestionar.
Cruzó De Negri de Excelsior a la oficina de don Manuel a quien le informó que necesitaba tantos metros de Techo Eterno pero no pensaba pagarlos. Al menos no con dinero: le presentó dos textos y le comentó que de acuerdo con su respuesta decidiría cuál publicar.
Don Manuel se levantó de su asiento, encaró violento al descarado que se sintió de pronto disminuido, temeroso de una agresión física y le dijo que con el papel de los textos le limpiase el trasero a su progenitora… y lo instó a salir de inmediato de su negocio o, le advirtió, lo sacaría a golpes.
Las expresiones fueron más contundentes y castizas porque ese era don Manuel, hombre de una pieza, ex combatiente de la División del Norte, nacionalizado apenas en 1943.
El día que fui a entrevistar a Siqueiros, en aquel entonces intocable, sagrado, le pregunté por alguna modificación a su mural aparentemente quitando una mención poco respetuosa a Dios; el pintor se preparaba para una explicación de índole estética cuando apareció sorpresivamente don Manuel.
Sin decir agua va, el ilustre peninsular con voz fuerte comentó: lo quitó porque yo se lo ordené… y el que paga manda.
Siqueiros todavía intentó una tibia defensa: bueno la verdad es que…
La verdad es que yo pago todo el mural, el edificio es mío y se hacen las cosas como yo ordeno, dijo, tajante, don Manuel.
Siqueiros sonrió, creo, y dio por zanjado el incidente. Recuerdo que todo terminó bien y con bromas del pintor sobre el carácter impositivo del ibérico.
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