De Memoria / EL JUEGO QUE TODOS JUGAMOS

 

CARLOS FERREYRA CARRASCO

 

CIUDAD DE MÉXICO, jueves 23 de noviembre de 2017.- Gerardo Galarza, uno de mis provocadores predilectos en las redes, que además ocupa alto cargo en el diario “Excélsior”, lanza el anzuelo en el que picaron toda suerte de pecesillos y pecesillas. O pescadillos y pescadillas.
Dice Galarza: “A ver reporteros: Si el destape, trueno, la palabra mayor o como se llame el producto del dedazo ocurrirá antes del 14 de diciembre, lo más prudente es que el ungido ya tenga una mayor protección (¿el Estado Mayor?) en su persona, su casa y sus oficinas o ¿no?”
La pregunta que no tiene nada de ociosa, ocasionó comentarios de parte de los ocupantes eternos de páginas de opinión de los diarios. La coincidencia fue curiosa al suponer que el Estado de Mayor Presidencial a partir de la supuesta inclinación a tal o cual precandidato, amplía su protección, lo que evidenciaría al bueno.
No es así, aunque varios de los opinantes aseguraron que el EMP dispone de guaruras para todos los altos funcionarios del gobierno, cada Secretaría de Estado cuenta con su propio sistema de seguridad, que se responsabiliza por el bienestar y del titular y su familia más cercana.
Y va de cuento: previo al destape de Carlos Salinas de Gortari, sabíamos lo que iba a suceder porque de pronto el padre del futuro, Raúl Salinas Lozano, empezó a contar con escolta del EMP. La madre, doña Margarita, una señora ejemplar, profesionista calificada, economista de gran educación y respeto por sus semejantes (en eso nada le aprendieron sus familiares), también tuvo de pronto chofer y escolta castrense. Recuérdese que él era senador.
Conscientes de que estaba cocido ese arroz, viajamos con el Senado a una Interparlamentaria en la Unión Soviética. Como encargado de Prensa participaba pero al margen de toda intervención ante los comitivos, presididos por don Antonio Riva Palacio (creador de la llamada diplomacia parlamentaria).
En el grupo, doña Margarita y su esposo, Raúl, un viejo amargo, mal educado y siempre enojado, como dicen que son los charros mexicanos. Al menos los que muestran en las películas tradicionales, salvo las de Pedro Infante que era un charro chistoso.
Una noche los delegados mexicanos se reunieron en el bar del hotel para charlar y disfrutar de un descanso. Habían trabajado en serio, fueron recibidos en el Kremlin por el primer ministro, los principales dirigentes del partidazo que allí no era el PRI sino el Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (el pecus, coloquialmente en México).
En la plática se habló de la sucesión presidencial y haciéndole al ensarapado, los presentes elogiaban a Alfredo del Mazo dándolo por sucesor de Miguel de la Madrid. Yo escuchaba y, como decía la abuela, me los echaba al morral, esto es, me divertían sus argumentos falsos como promesa de político actual.
Doña Margarita en determinado momento me invitó a participar. Le respondí que no, que mi papel era oir y callar. Don Antonio, también un caballero, me explicó que se trataba de una reunión entre amigos, no de una sesión donde debía mantenerme marginal.
Expliqué que mi padre pasó su vida recomendándome que perdiera la oportunidad de opinar, insistiendo en que las palabras si no son dichas con ponderación y cierto conocimiento, son comprometedoras. De hecho, así lo admito, no confiaba en mi juicio. Don Antonio con una sonrisa insistió y bueno, no perdí la oportunidad…
Platiqué que había vivido en Toluca mi primera infancia, que presenciaba cuando los niños Del Mazo, creo que su padre era gobernador, salían a la escuela en un automóvil Chrysler color oscuro, con vidrios totalmente negros y, por el frío, es lógico pensar que con la calefacción a todo dar.
Luego me remití a las elecciones en el Estado de México, cuya campaña hizo Del Mazo en un Grand Marquis con cristales entintados y acompañado por enorme comitiva. Sus ayudantes recogían las peticiones y desde su vehículo el que también fue gobernador, como ahora lo es su hijo y antes su padre, repartía sonrisas a granel.
Pero no se apeaba del vehículo y cuando iba por Netzahualcóyotl miraba las calles lisitas, brillantes. Concluí diciendo que nunca se dio cuenta que las calles brillaban de porquería, sin drenaje, inundadas y que los mexicanos somos chaparros, prietos y olemos mal porque no tenemos agua en nuestras colonias. Rematé: no me gustaría un yunior de la Revolución, nacieron con pañales de seda y aislados de los ciudadanos.
Creo que así fue el remate, pero en todo caso se escuchó la voz con furia mal contenida, ronca y arrastrada, del futuro primer padre de la Patria, Salinas Lozano, que exclamó claramente: “¡Su padre era un sabio, Ferreyra..!”
Y bueno, si no han cambiado estilos, sólo el futuro tendrá escolta castrense. ¡Ah! Si pueden ver en la foto quién es el protegido, ya la hicieron, ése es…
carlos_ferreyra_carrasco@hotmail.com

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