DE MEMORIA

                                          LA BANDA DE LOS BARAJAS, DANIEL..

                                       Carlos Ferreyra Carrasco
CIUDAD DE MÉXICO, miércoles 30 enero 2019.- El más divertido de los hermanos Barajas, oriundos de Tacámbaro de Codallos y cuyo padre mereció alguna mención en el Pito Pérez de José Rubén Romero, era Daniel, profesor rural con vocación magisterial, pero con irrefrenable sed de charanda que lo hacía caminar por las calles de los pueblos donde daba clases, con su botella de Tancítaro o de Uruapan sobresaliendo del bolsillo trasero del pantalón. Y con ella daba clases.
Era verdaderamente un genio al que no había forma de detenerlo cuando imaginaba una broma, un cuento (que llamaban “plantillas” si eran atribuidos a personaje conocido) y al que nunca vi disgustado, malacariento o ni siquiera con rostro de crudo. No dejaba llegar tal estado a su breve cuerpo.
El tío Daniel tenía un carácter maravilloso con frases ingeniosas y amables para sus sobrinos y claro, para sus numerosos hijos.
Nunca quiso integrarse a la carrera judicial como sus hermanos, porque sentía que estar cerca de los infantes y de las personas en los pueblos, le daba aire de respetabilidad, de autoridad y de cierto misticismo rayano en la brujería o la santidad. Si lo creía o no, es otra cuestión, pero era la forma como manejaba su vida.
Los calendarios escolares todavía no estaban al servicio gringo. Teníamos nuestros propios periodos de enseñanza y de descanso. El año lo pasábamos en las aulas con las salvedades obvias de Semana Santa y otras celebraciones religiosas, y terminaba el ciclo antes de noviembre que era descanso igual que diciembre y parte de enero, cuando ya se aspiraba al siguiente grado.
Los maestros como el tío Daniel pasaban dos meses en Morelia capacitándose y conociendo los renovados instrumentos de la enseñanza pública. Como no les pagaban los hoteles, con sus familias improvisaban campamentos, por ejemplo, en mi escuela, la “Federal Tipo” David G. Berlanga, improvisaban tiendas de campaña con cobijas en los corredores superiores y allí pasaban los meses con sus familias, sin importar el número de integrantes.
Allí no sólo, dormían y estudiaban, sino que cocinaban con elementales chunches de cocina, algunos con estufas de petróleo y otros con braseros de carbón. La foto es del corredor del centro escolar.
Curioso, pero el tío Daniel y su esposa podían llegar a nuestra casa, pero no lo querían. Solidarios con sus compañeros de oficio, permanecían en los campamentos y gran parte del día lo pasaban con nosotros.
Un día que mi padre llegó en la noche a uno de los once pueblos, al occidente del estado, se encontró a media población en las afueras, asustados y rezando toda clase de jaculatorias. El asunto: en la casa del maestro Daniel había unas jóvenes endiabladas que pegaban saltos hasta el techo, lanzaban terroríficos aullidos y estaban rasguñadas por las uñas de satanás.
Habían apelado al cura de un poblado vecino, pero el rajón no se atrevió a combatir a las fuerzas del mal, así que mi padre decidió tomar el asunto en sus manos ante el terror de la gente que ya lo veía convertido en tea ardiente o algo peor. Con su camión Mack cargado de Coca Cola, manejó hasta la casa del profesor.
Allí, a voz en cuello lo llamó. Salió el siempre sonriente tío Daniel se saludaron, se abrazaron y entraron a la casa donde había una tercia de jovencitas que efectivamente tenían señales de rasguños en piernas y brazos. Las tres, que parecían muy divertidas con la broma, se ponían de pie y lanzaban alaridos al aire que no eran terribles pero que desde el miedo de los pobladores han de haber sido las voces de Belial, de la Bestia.
Tras un rato de conversación, el tío aceptó abandonar el pueblo. Y hacerlo de inmediato en el camión cocacolero a fin de evitar una agresión colectiva, un linchamiento o algo igual. Las jovencitas que estaban muy a gusto allí quisieron quedarse. Los rasguños, por cierto, los hacían con alfileres, así que ni siquiera eran espectaculares.
El incidente le dio tema al tío Daniel para los siguientes meses. Se doblaba de la risa cuando lo recordaba, mientras inventaba o narraba otras travesuras. De hecho, en toda la parte occidental del estado era un hombre muy popular y a pesar de sus maldades, muy querido y aseguro que hasta admirado.
Mi madre y los Barajas, primos hermanos, tenían un familiar general de División de apellido Rauda. Hombre rústico, tras la lucha armada se había refugiado en algún rancho de la zona lacustre. Llegó la expropiación petrolera y los temores de una intervención de los países afectados.
Afirmaba el tío Daniel que su historia era cierta; preocupado el general Rauda envió un telegrama al presidente Lázaro Cárdenas que decía más o menos: Lazaro, ante amenaza de gringos, si atacan el castillo (todavía no existían Los Pinos) avisa, pero manda un ‘sumbarino’ pa meterlo en Pátzcuaro y cairles por atrás en el lago de Chapultepec.
La plantilla correspondía muy bien al rústico militar; causó accesos de furia en la familia, que no concebía a ese señor tan elemental. Pero el tío Daniel se trozaba de las carcajadas. Era un hombre feliz, si los ha habido.
carlos_ferreyra_carrasco@hotmail.com

 

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