COSA DE PRENSA / Sistema de creencias

Lucha eterna entre los príncipes de la Oscuridad y de la Luz 

 

  • Dedicado a Ingrid y al mundo

  • Príncipes de Oscuridad y Luz

  • He mirado el miedo a la cara

 

 

Javier Rodríguez Lozano

 

 

Miércoles 16 septiembre 2020.- Quizás donde me encuentro no sea el mejor ambiente ni éste el momento más apropiado para escribir, sin embargo, mi Voz interior -que a veces me ignora- me ordena que escriba hoy sobre el sistema de creencias.

 

Me pide que dedique mi texto a Ingrid, una valiosa mujer de mediana edad que en estos momentos lucha contra el cáncer, y a todas las personas que en opinión de ese Pensamiento interno, deberían revisar el momento que viven, como todos nosotros.

 

Porque creer es todo.

 

Muchas personas, la mayoría de las siete mil 812 millones que la estadística mundial reportaba ayer, creen en una de las tres más importantes religiones: Católica, judaica e islamita; las demás siguen otras iglesias o son libres pensadoras.

 

Creemos en Dios, en nuestros valores, en la célula social que es la familia y en el orden establecido, donde quiera que nos encontremos; creemos en todo (hasta en un virus creado por los medios) pero nos olvidamos de la más importante de las creencias:

 

-Creer en nosotros mismos.

 

Lo positivo del confinamiento obligado por la pandemia es que muchos hemos podido revisar ese sistema de creencias, que nos recuerda lo que la familia y la espiritualidad nos inculcan desde niños y de diferentes formas:

 

-Hacer el bien sin mirar a quién, no hagas a nadie lo que no quieras para ti mismo, amar al prójimo como a nosotros mismos, porque si Dios está conmigo, ¿quién contra mí?

 

En estos tiempos, que son como los describe Paulo Coelho, de lucha eterna entre los príncipes de la Oscuridad y de la Luz, en que el primero es entregado en brazos de su hermano al Padre de ambos, muchos sienten que la vida se va.

 

Porque así nos lo hace creer el poderoso sistema de medios de comunicación que gobierna al mundo junto a los grandes capitales, más allá de todo gobierno civil y de la mezcla de izquierdas, centros y derechas, que deriva en solo intereses.

 

Es decir, nunca como ahora las ideologías colectivas son pura vacilada.

 

También hay quienes, abrumados por experiencias dolorosas pasadas, arriban a estos tiempos de incertidumbre, con enfermedades crónicas que se complican porque las instituciones se han achicado dejándonos solos.

 

Se sabe que toda enfermedad, además de las hereditarias, es causada porque de alguna manera nos equivocamos en mantener una mente sana en un cuerpo sano; es decir, nos enferma nuestro propio sistema de creencias.

 

Sabemos que quien vence a los demás es más fuerte y no hemos tenido el coraje y la valentía de vencernos a nosotros mismos. ¿Cómo? A través de conocernos a nosotros mismos y de saber que nuestros miedos disparan lo que creemos.

 

Alejandro Magno decía que las guerras las decidía el miedo, Madame Curie: “A nada en la vida se le debe temer, solo comprender”. Franklin D. Roosevelt: “A lo único que le debemos temer es al miedo como tal, y Eleanor Roosevelt resumió:

 

“Usted gana fuerza, valor y confianza, con cada experiencia en la cual Usted se detiene y mira el miedo a la cara. Después de esto Usted es capaz de decirse a sí misma: ‘He superado este terror. Ahora puedo enfrentarme a lo próximo que se me venga”.

 

Hemos sido rehenes del miedo y eso nos tiene como estamos.

 

Y ese miedo tiene su origen en la, permítaseme decirlo así, “ignorancia cósmica”. Nos hemos negado a respondernos la pregunta crucial, esa que dice: “¿Quién soy? ¿Qué hago aquí? Y ¿adónde voy?”

 

Aunque nuestra Voz interna nos da las respuestas a todas y a todos, nos negamos a creerlas; no queremos creer que somos más fuertes de lo que imaginamos, por la sencilla razón de que somos hijos de la estrellas.

 

Venimos de las estrellas, estamos aquí para iluminar el caminos de nuestros semejantes y volveremos a las estrellas. Para nosotros la muerte no existe, nuestra luz es eterna; ¿cuál es la duda?

 

En el amanecer de los tiempos seres cósmicos nos crearon aquí. Les llamamos nuestro Padre Azul, y Gaia y Madre Tierra, a nuestra Madre Azul.

 

Ambos miran cómo seres de luz protegen la amenazada Tierra en constante evolución y nos apuran a despertar y a creer en nosotros mismos, para poder continuar nuestro camino, el mero bueno; aquel que nos legaron los mayas.

 

¿Verdad que no es fácil de creer?

 

No es fácil, como decía M. Barrie, convencernos de que “todo el mundo está hecho de fe, confianza y polvo de hadas”. Y que, como creía Pablo Picasso: “Si puedes soñarlo, puedes hacerlo realidad”.

 

O Buda: “Tú mismo, tanto como cualquier persona en el Universo, te mereces tu amor y afecto”. ¿Por qué nos negamos a recordar que donde esté nuestro corazón, “allí encontrarás tu tesoro”, como escribiera Paulo Coelho?

 

Porque “solo el corazón ve, lo esencial es invisible a los ojos”, decía el autor de El Principito, Antoine de Saint-Exupery, para enseñarnos desde niños nuestro verdadero origen cósmico, que rechazamos por no ser “paranoicos”.

 

El 15 de mayo de 2015 el Papa Francisco ordenó el único macro exorcismo de la historia católica, para expulsar de México a los demonios del crimen organizado. Juan Sandoval Íñiguez lo presidió en la catedral de San Luis Potosí.

 

El Santo Padre pensó que en México pasaría lo mismo que en el pueblo italiano de Arezzo, en el siglo XVI, que estaba dominado por la maldad de todo género y la ruina amenazaba triunfar.

 

San Francisco de Asís y su ayudante Sylvester exorcizaron al poblado, con herramientas como ésta: “Eviten la amargura, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad” (Efesios 4,31), cita el portal Píldoras de Fe.

 

Y los demonios se fueron de Arezzo. De México todavía no, la oscuridad lo impide, tiene mucho dinero.

En este sentido, para empezar el camino que nos lleve a conocernos a nosotros mismos, escuchemos a San Francisco de Asís:

 

“Empieza por hacer lo necesario, luego lo que te sea posible y, cuando te des cuenta, estarás haciendo lo imposible”.

 

Salgamos de esa prisión y esas jaulas que son los ojos de los demás, como sugiere Virginia Woolf, abramos las ventanas del alma y veamos que “la confianza es madre de las acciones grandiosas”, como dice Friedrich Schiller.

 

Y porque, como Paulo Coelho, “ninguno de nosotros sabe qué sucederá ni siquiera el próximo minuto, pero seguimos adelante porque confiamos, porque tenemos fe”.

 

Evitemos la sordera espiritual, no la de Beethoven que lo hiciera el más grande compositor del mundo, sino la de Vincent Van Gogh, el malogrado pintor holandés que olvidó escuchar a su Voz interior, que alguna vez lo catapultara:

 

“Si oyes una voz en tu interior que dice: ‘no puedes pintar’, pinta por todos los medios y esa voz será silenciada”.

 

No volver a escuchar esa voz terminó silenciando a Van Gogh su propia vida, precio que se paga por negarnos a escucharnos a nosotros mismos.

 

LA COSA ES QUE…

 

Si eres hijo o hija de las estrellas, estás hecha y hecho de luz; lleva esa luz a tus pensamientos y sabrás quiénes eres, y serás libre.

 

No me creas; investígalo.

 

Qué tal.

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