- “No tiene la culpa el indio, sino…”
- Aguascalientes sin nueva normalidad
- Gusta de ser gobernado por fuereños
- Ricardo Monreal es el cacique local
- Yo y mi circunstancia: Ortega y Gasset
Javier Rodríguez Lozano
Miércoles 24 marzo 2021.- Dicen que “no tiene la culpa el indio, sino quien lo hace compadre” y Aguascalientes necesita recordar que su adn -con chichimecos y caxcanes, según León Portilla- está en la fundación de la Gran Tenochtitlan y que si quiere, puede quitarse la vergüenza de ser gobernado por fuereños.
También dicen que “Al perro más flaco se le cargan las pulgas” y esta metáfora es una de las causas por las cuales Aguascalientes no es tomado en cuenta en el centro, porque sus políticos no lo representan con la fuerza que debieran; por eso vienen los fuereños a decirnos cómo hay que hacerle.
La cosa es que en un año de emergencia sanitaria, en el que todo cambió -desde el modo de caminar hasta el de respirar- a Aguascalientes le pasó de noche porque no registra ningún tipo de “nueva normalidad”, especialmente en ciencias políticas, donde se dispone a regalar su voluntad otra vez, a fuereños.
Vamos a recordar hoy a José Ortega y Gasset y a utilizar, aunque no con la misma brillantez e ingenio, el género que más gustaba al periodista y filósofo español: la metáfora.
Por ejemplo, ésta:
“Aunque la mayoría de las personas no van hacia ninguna parte, es un milagro encontrarse con una que reconozca estar perdida”.
Así ocurre en Aguascalientes siempre que hay elecciones; la mayoría de las personas se pierde sin darse cuenta.
La idea es contrastar al estado de Aguascalientes, que solo cuenta con una superficie territorial de cinco mil 616 kilómetros cuadrados, nueve km2 menos que Colima y mil 619 km2 más que el estado de Tlaxcala.
En 2019 y de acuerdo al Inegi, el Producto Interno Bruto de Aguascalientes fue el 1.3% del PIB nacional, mientras que Colima y Tlaxcala alcanzaron ambos solo seis décimas porcentuales cada uno, es decir, el 0.6%; también supera a Durango, Baja California Sur, Morelos, Nayarit y Zacatecas.
Pero no supera a Guerrero, Chiapas y Oaxaca, tres de las entidades más pobres de México, lo cual indica -de acuerdo a la medición del citado Instituto Nacional de Estadística- que Aguascalientes es más pobre que ellos. Y esto tiene una razón:
La incipiente clase política que no sabe hacerlo valer.
Los buenos políticos aguascalentenses no abundan, sin embargo, los ha habido. Como Enrique Olivares Santana (1962-1968) que le diera luz, gracias al presidente Adolfo López Mateos. Y Rodolfo Landeros Gallegos (1980-1986), con un inigualable compromiso social.
Ha habido más gobernadores por supuesto, pero no podemos meter las manos al fuego, o lo que es lo mismo, tinta al papel, por ninguno de ellos, porque si hurgamos en sus historias hallaríamos muchas truculencias que no abonaron a construir un estado próspero y feliz; o al menos, justo.
El problema en este 2021 es que estamos en elecciones y otra vez las y los aguascalentenses, en riesgo de retroceder más de lo que habíamos avanzado hasta 2016; el panorama no es nada halagüeño.
Salvo uno que otro clan de exgobernadores aún vigente, que lucha por posiciones políticas secundarias -como diputaciones locales y regidurías- son los fuereños los que dominan la plaza.
Los descendientes de Olivares Santana pintan muy poco y los de Landeros Gallegos ni siquiera pintan; la disputa está entre otros clanes de gobernadores menos significativos, lo que provoca que los fuereños naden en Aguascalientes como si fuera en la alberca de su casa.
En Aguascalientes manda Ricardo Monreal Ávila, un político zacatecano con vínculos siniestros en los cimientos de su cacicazgo, que desde la coordinación de Morena en el Senado le mete zancadilla al Presidente un día y otro también.
A través de Carlos Lozano de la Torre ha impuesto a varios políticos. Otros han sido frustrados, como Gerardo Cruz Bedoya, un MP federal que encarcelara fraudulentamente indígenas otomíes (Jacinta Francisco Marcial 2006) acusándolas de secuestrar a policías en Querétaro. Un escándalo internacional.
Monreal, apretando con el tema energético en el Senado a Morena, a cambio de candidaturas, logró imponer contra la voluntad de Andrés Manuel López Obrador que tenía otra candidata, y a través de Carlos Lozano, al empresario Arturo Ávila, que de político tiene lo que nosotros de físico matemáticos.
LA COSA ES QUE…
Ya Enrique Peña Nieto le había reclamado a Carlos Lozano, que no supiera ganar elecciones, porque solo había ganado una de las muchas en que ha participado.
Esta vez, para apuntalar a Arturo Ávila, mandó primero a su esposa Blanca Rivera Rio, con la intención de arrastrar hacia ella al lozanismo -que lo había- para después argumentar “traición” y renunciar a la candidatura por la alcaldía capitalina, generando malestar contra el PRI y abonándole el camino al candidato de Morena, Arturo Ávila.
Desaseada jugada del ajedrez político campirano, al fin. Morena no debe ganar Aguascalientes; no por ahora.
Hay más, pero se nos acabó la tinta.
Luego veremos cómo, algunos de los negocios que hicieron gobernadores priistas en su tiempo, son hoy usufructuados por otros exgobernadores, siendo que se trata de dinero del pueblo, que puede ser recuperado por la 4T, si alguien se lo explica al Presidente en una mañanera.
Despidámonos con esta metáfora de Ortega y Gasset, que usaremos en la urna el próximo domingo 6 de junio: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no me salvo de ella no me salvo yo”.
Qué tal.