COSA DE PRENSA / Azucena Valderrábano

 

 

  • Viaje sin retorno de una gran periodista

  • Quién sabe por qué vendría a despedirse

  • Historia impresionante, trágica y misteriosa

  • Desde el puerto y a la luz de los cocuyos

Javier Rodríguez Lozano

 

 

AGUASCALIENTES, Ags., lunes 5 enero 2025.- “Qué lamentable noticia, José Luis”, fue lo único que pude decir ante la información en Facebook de mi compañero y amigo periodista Camacho López, el pasado viernes.

 

Relataba la confirmación desde el puerto de Veracruz, de su amigo Paquito Salgado, acerca del deceso de Azucena Velderrábano Cano, jefa de Información Alterna (1985-1991) de La Jornada, y nos uníamos el sentido pésame medio centenar de periodistas de nuestra generación.

 

Seguramente a cientos, sino es que a algunos miles de personalidades que la conocieron en el desempeño del muy noble y leal oficio de informar, les hubiera gustado saber un poco más de ella, prácticamente desaparecida hacía algunas décadas, muy misteriosamente; sin despedirse, ni decir adiós.

 

Cargaba en su morral una historia muy poco común, increíble, tanto como inverosímil, inaudita e inenarrable, impresionantemente trágica y novelesca, que nunca pensó en escribir y menos aún, en compartir.

 

Sin embargo, finalmente sí la compartiría conmigo, y eso me privilegia y me compromete; me podía que le escribiéramos juntos, lo cual, además de honrarme, me sugería que de algún modo sentía que era bueno mandar su secreto a los cuatro vientos.

 

Ahora comparto el texto que envié al face de José Luis Camacho, donde ensayo muy pocas pinceladas de esa historia, que sugieren y balbucean algo de luces de ese misterio:

 

-QUÉ LAMENTABLE NOTICIA, José Luis.

 

Apenas a finales de octubre pasado estuve con ella, tomamos café en el restaurante de un hotel donde se hospedaba, en la esquina de Luis Moya y Artículo 123, justo frente a un departamento que ocupara en aquellos años 90s, en que fuera jefa de Información de La Jornada, donde la visitaba su amigo Luis Donaldo Colosio.

 

Por ahí está, en las redes, la historia de un soldado que se quedó atorado en el tiempo, porque su memoria no iba más allá de 1939-1945 de la Segunda Guerra Mundial. A nuestra muy querida amiga y compañera periodista Azucena Valderrábano, parecía haberle ocurrido algo semejante, porque sus conversaciones iban mucho a aquel 23 de marzo de 1994 en Lomas Taurinas.

 

De algún modo, ella me contactaba desde hace algunos años, pero cuando percibí aquella circunstancia, me concreté a escucharla, con la misma paciencia que el periodista dispone para los casos difíciles, y en la que me formé como reportero policiaco que, como sabes, mi querido y respetado José Luis Camacho, le dan al periodista una integridad e integralidad que fuera común en nuestra generación, y hoy no lo es, por supuesto, como lo refleja lo que yo llamo La Gran Prensa.

 

En este expirado ya 2024 Azucena me comentaría que vendría a México y me pidió que la acompañara, eso fue hace algunas semanas. Platicamos un buen rato en el café y me pedía apoyo para que el Sector Salud le retirara el diagnóstico médico que le impedía regresar al periodismo; y de paso me compartía su estrecha amistad con Luis Donaldo, donde yo percibí que estaba “el gato encerrado”, por la intensidad de la experiencia sentimental vivida.

 

Yo le comenté que en el nuevo Gobierno Federal ya no es como antes, en que había funcionarios facultados para gestionar alguna facilidad institucional para los periodistas, especialmente en los casos de salud familiar, donde se busca una atención que de otra manera es tortuosa en toda circunstancia.

 

Recordamos a nuestra también muy querida y respetada amiga y compañera de La Jornada, Rosa Icela Rodríguez, hoy no solo figura importante del gabinete de Claudia Sheinbaum, sino también brillante estratega en materia de seguridad, sin que en su formación estuviera lo que comento líneas arriba, el periodismo policiaco; es decir, Rosa Icela nunca cubrió Policía, pero resultó mejor que si el Valente Quintana, El Negro Durazo, Miguel Nassar Haro, el Güero Zorrilla, Francisco Sahagún Baca o Fernando Gutiérrez Barrios, hubiesen ocupado los cargos de hoy de Rosa Icela.

 

Azucena me pidió que le hablara a Rosa Icela de su caso y le prometí que así lo haría. Con ese propósito me presenté en los días de noviembre pasado a la Secretaría de Gobernación, donde el personal de seguridad, bizarro e ignorante, no me permitió ni siquiera subir el primer escalón hacia la Recepción… Tiempos ahora, mi querido José Luis, muy distintos a aquellos en los que visitáramos alguna vez a don Jesús Reyes Heroles y nos recibiera en su descomunalmente amplio despacho, justo frente al Reloj Chino, con un cigarrillo en la mano, de pie, para invitarnos a sentarnos y conversar con él algunos de los asuntos nacionales.

 

Bueno, como te das cuenta, “soy de tecla fácil”, pero mi memoria le gana con mucho.

 

En días pasados, por ahí de la Navidad, convaleciendo de un pesado problema ciático que el sector salud de que te hablo no me atiende, por su burocratismo de siempre, recibí la última llamada, como cotidianamente me hacía Azucena: Quería verme, porque desde su What ella me veía, pero yo no a ella; estaba en su cama y solo se miraba la cortina de su ventana a la calle…

 

Creo que aquella nuestra última conversación duró casi dos horas… Fue muy curioso, porque resultaba una réplica de aquella de octubre-noviembre en México, en la que me repetía pasajes de su relación familiar en el puerto de Veracruz, adonde me invitaba y yo había quedado de ir a visitarla, pero en la que había, además, un nuevo ingrediente:

 

-Otra vez, quería vender su casa jarocha y regresar a radicar en México, me decía que estaba en pláticas con Juan Francisco Ealy Ortiz, para regresar a El Universal, donde yo la conocí, después de su participación al lado de Ernesto Ruffo en 1989 en Baja California, con la primera “entrega de plaza” de los viejos regímenes al conservadurismo, que yo cubriera para el entonces El Gran Diario de México, aunque sin enterarme de su presencia ahí.

 

Fue la primera vez en que yo me “rajé” y le comenté que estaba escribiendo mi columna, para terminar la conversación: “Sí, claro, Javi; luego nos hablamos pues, cuídate mucho”, me dijo y colgamos, y aquellas fueron las últimas palabras que le escuché.

 

LA COSA ES QUE…

 

 

Toda una novela, la vida de Azucena Valderrábano, entrañable compañera periodista y gran amiga, apasionada creyente, como yo, por supuesto, del nuevo México de nuestros días: El del Águila siempre acosada por la Serpiente y eterno sentir de mexicanos al grito de guerra.

 

En Paz Descanse Azucena Valderrábano.

 

Qué tal.

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