COSA DE PRENSA

 

 

  • Lo que no se publica
  • “¿En qué me equivoqué?”
  • Los criterios editoriales

 

Javier Rodríguez Lozano

 

AGUASCALIENTES, Ags., martes 29 mayo de 2018.- En aquellos años –diría la “liturgia” del reportero de investigación que soy yo- algunos compañeros que empezaban su carrera de reporteros, hacían los grandes corajes porque después de un día azaroso en la búsqueda de datos para armar una nota, veían que no aparecía publicada al día siguiente. “¿Por qué no me la publicaron?”, “¿En qué me equivoqué?”, “¿A poco perdí la nota en la máquina por no haberle ‘entrado’ bien?”; ésas y otras muchas, eran las interrogantes. Eso ya me había pasado algunas veces en la redacción del periódico La Prensa, que dirigía don Mario Santaella. Recuerdo cómo de la mesa de redacción que dirigía Antonio Pérez Vieytez, me mandaba llamar aquel viejo periodista del periódico El Día que dirigiera mucho tiempo Enrique Ramírez y Ramírez, cuyo nombre de momento se me escapa, que me llamaba la atención cuando una nota estaba mal redactada. A pesar de que escribía con los 10 dedos, gracias a un curso intensivo de mecanografía, había palabras con las que me acartonaba y las escribía mal, como “previsa”, en lugar de previas, cuando citaba las averiguaciones del Ministerio Público. Sin embargo, y esto es lo notable de aquella vieja redacción a la que llegué en 1976, poco después de la salida de la dirección de Manuel Buendía, quien nos dejaba una escuela que era mucho más que un hueso durísimo de roer, casi nunca me dejaron de publicar… Así llegué 11 años después a la redacción de El Universal, donde el director Ariel Ramos había escrito ya sus mejores páginas y dejado la estafeta a don Luis Sevillano Uguet (+), un señorón. La primera nota que no me publicó El Gran Diario de México fue una entrevista que le hiciera en 1988, a “El Guaymas”, un exguerrillero de la Liga 23 de Septiembre, que me había presentado allá precisamente, en el puerto de Guaymas, Sonora, doña Rosario Ibarra de Piedra, entonces candidata presidencial del Partido Revolucionario de los Trabajadores. “El Guaymas” me había platicado que él y sus compañeros que integrarían el Frente Revolucionario Armado del Pueblo, el FRAP; habían sido entrenados en la guerrilla en Guadalajara, por un militar alemán, financiado por Álvaro Zuno Arce, hermano de doña Esther y cuñado de Luis Echeverría Álvarez. No, aunque envié mi nota fechada allá, en Guaymas, Sonora, no me fue publicada. No reclamé, conocía las razones… La segunda nota que no me publicara mi periódico fue cuando aquel mismo año, pero ya cubriendo la campaña presidencial de Manuel J. Clouthier del Rincón, envié la nota del incendio del hotel en que nos hospedábamos los reporteros, en Culiacán, Sinaloa, la casa de Maquío. Desde un quinto piso mi compañero de cuarto y yo bajamos las escaleras aquella madrugada, después de escuchar la alarma, descendimos pecho a tierra porque el humo había invadido todos los espacios y así, a rastras, pudimos llegar hasta la planta baja y ganar la calle. De inmediato me reporté con mi subdirector don Luis Sevillano y le di los detalles del siniestro. Pero pronto se me bajó el calor, cuando escuché las órdenes de mi jefe: “¿Anda por ahí Javier Cabrera, el corresponsal?”. No lo sé, señor, respondí. “Deja que él haga la nota y que la envíe, tú búscate un lugar para descansar y mañanas nos hablamos. ¿Ok?” Sí, señor; contesté y “guardé mis fierros”, es decir, mi libreta y mi pluma. Y la tercera vez fue un reportaje que realicé al introducirme caminando, acompañado de mi compañero reportero gráfico de El Universal, por las vías del ferrocarril hacia los patios de Pantaco, en Azcapotzalco. Mis contactos me habían sugerido que buscara por ahí, a ver qué encontraba. Y lo que hallamos fue un convoy brutalmente ametrallado, con todos los vidrios rotos y cribada la carrocería, como aquel Fordcito de Bonny & Clyde, famosos asaltabancos estadunidenses. Por supuesto, cuando al día siguiente vimos que el periódico no había publicado la nota, tampoco hubo reclamo.

LA COSA ES QUE…

Ningún reportero podrá conocer jamás con precisión el criterio editorial de su medio de comunicación, para entender por qué no le publican una nota que tanto trabajo le cuesta; qué tal.

 

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