COSA DE PRENSA

 

 

  • El Club de Periodistas, A.C.
  • Cañonazos de 50 mil pesos
  • Ley de Comunicación Social

 

Javier Rodríguez Lozano

 

AGUASCALIENTES, Ags., viernes 27 de abril de 2018.- Le esquina de 5 de Mayo y Filomeno Mata en el Centro Histórico de la Ciudad de México es icónica. Ahí se encuentra el Club de Periodistas de México, A.C., que uno de los dos presidentes de los “Regímenes Estabilizadores” (el otro fue don Adolfo Ruiz Cortines) Adolfo López Mateos, otorgara en comodato a un grupo de periodistas. (Carlos Salinas de Gortari intentaría quitárselos pero se enfrentaría a una barra brava que lo impediría). Ahí se instalaron oficinas de periodistas de a deveras. Uno de ellos, Severo Mirón, instalaría incluso una sala de cine de arte; también estaba uno de los caricaturistas de la Revolución, don Salvador Pruneda, en uno de los despachos justo en la esquina de la esquina citada. Era una delicia tenerlo de vecino, no había tardes aburridas con un personaje como él. Nos compartía aquella anécdota de “Los cañonazos de 50 mil pesos” de Álvaro Obregón, a los que no había quien se resistiera. El personaje particularmente especial, maestro rural –oriundo de Nochistlán, Jalisco- y presidente de la Asociación Nacional de Periodistas, A.C., el profesor Rubén Rodríguez Lozano, nos concedería una oficina que nos hacía, como ya dijimos, vecinos de don Salvador Pruneda. Había también –mucho ojo con este dato, a estos políticos que dicen hacerse cargo de los problemas de los periodistas- un “cementerio de los elefantes”, es decir, donde iban a morir viejos periodistas: un asilo del que nadie nunca habló. No pocos viejos reporteros fueron asilados ahí y ya sin esperanza, reconfortados o no, se entregarían dóciles y sumisos a su desaparición terrenal. Esta era la fase terminal en la vida de un periodista en la Ciudad de México y lo que en aquella época se vivió y que tratamos de rememorar en este breve espacio, fue algo de una gran dignidad. Muchos periodistas de cierto renombre –no vamos a citar sus nombres por respeto a su dignidad- ahí, en el Club de Periodistas, A.C., de la Filomeno Mata 8, esquina con 5 de Mayo, expiraron; una suerte de, como ya dijimos, de “cementerio de los elefantes”… Frente al cine de Severo Mirón, en Filomeno Mata, estaba el Café París, otro lugar icónico donde aquellos reporteros que habían superado el “estrés de la nota”, es decir, que ya no tenían necesidad de correr a sus periódicos a entregar la información, ya fuera escrita o gráfica, pasaban las tardes recorriendo las películas de sus días… La verdad, ahí en el Café París se daban cita muchos periodistas francamente buenos: Alfonso Morales Calvo, Pedro Grajales, Mario Betanzos, Antonio El Indio Velázquez, Alfonso Payán; uf, muchos. La mayoría de ellos, como ya dijimos, habían superado “el estrés de la nota”, esto es, ya no eran diaristas, ahora editaban o escribían para revistas semanales, quincenales o mensuales, y eso implicaba dejar de correr detrás de la zanahoria; ah, qué chulada de tiempos… Don Guillermo López Velarde y Antonio Acevedo, dos grandes periodistas aguascalentenses muy conocidos, escribían entonces para Excélsior. Ellos no se dejaban ver por el Café París ni por el Club de Periodistas, preferían el Café La Habana, el mismo que acostumbraba Fidel Castro cuando viviendo en las calles de Kepler en la colonia Anzures, planeaba la Revolución Cubana de 1959. Bueno, López Velarde y Acevedo nos regalarían algunas clases de periodismo que nos han dado medio siglo de estar de pie.

LA COSA ES QUE…

Nunca se ha escrito sobre las miserias de los periodistas, que son muchas, más que las glorias. Pero para mitigarlas al menos un poco, habían dos personajes disponibles en el Filomeno Mata que rememoramos: Musio Sosa y Alfonso Payán. Ellos eran empresarios que “descontaban” las facturas de, por ejemplo, de la comisión Federal de Electricidad, Pemex o de cualesquiera de los gobiernos de los estados. Con un módico 25% de comisión, compraban las órdenes de publicidad de periódicos y revistas y así, fluía, en flujo y reflujo, la vida periodística de entonces. Pero eso ya cambió con la nueva Ley de Comunicación Social; qué tal.

 

 

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *