COSA DE PRENSA

  • Reminiscencias de reportero
  • Cobertura en Centroamérica
  • Solo objeto de manipulación

Javier Rodríguez Lozano

AGUASCALIENTES, Ags., jueves 27 de julio de 2017.- El pasado lunes 10 ofrecimos continuar con el relato de las elecciones en El Salvador del 19 de marzo de 1989, en que cinco periodistas enviados por medios de distintos países serían masacrados por la mira asesina de los francotiradores del régimen militar. Nueve años antes, el 8 de agosto de 1980, el aspirante a corresponsal de Unomásuno, el chihuahuense Ignacio Rodríguez Terrazas, sería asesinado de aquella manera, por la ultraderecha dominante, liderada por Alfredo Christiani, que ganaba los comicios y asumía la Presidencia salvadoreña… Cuando arribamos los militares nos advirtieron que solo estaríamos en el país 15 días y que si no nos íbamos ellos nos sacarían. La muerte de Nacho Rodríguez Terrazas sería protestada enérgicamente por la comunidad periodística de la izquierda mexicana, en particular la de Unomásuno, de donde cuatro años después saldría el grupo fundador de La Jornada, en el mismo año en que también sería ejecutado igual el corresponsal de Newsweek, John Hoagland, íntimo amigo y compañero de correrías de Nacho… Luego del crimen hubo gran número de protestas, entre ellas un desplegado en San Salvador, el 10 de agosto, de periodistas de Unomásuno, Proceso y el periódico salvadoreño El Independiente, así como un mitin en México el 11 de agosto, frente a la embajada salvadoreña, en el que entre otros hablaría el periodista Manuel Buendía y se exigiría la ruptura de relaciones diplomáticas con la junta militar salvadoreña… Carlos Ferreyra escribe: “¡Maravillosa oportunidad! ¡Oro molido para la promoción del diario! Había que aprovecharlo como fuese. Recuerdo que incluso se obtuvo la colaboración del gobierno para que facilitase un avión. Al que se trepó… Carmen Lira. Gran despliegue de información, meritorio interés del sector oficial por resolver con prontitud, sin obstáculos, desde los trámites de autopsia hasta los de repatriación de los restos del joven asesinado. Me pareció tan excesivo lo que estaba pasando, que me desentendí del asunto todo lo que pude. ‘Era enviado del periódico’ y yo, jefe de la sección, no tenía la menor idea. Ni había expedido tarjeta de telecomunicaciones a su nombre. Aclaro: las tarjetas eran para comunicarse entre el país en que se estaba y el diario que representaba. Eran pues personales y sólo bajo solicitud del medio interesado. Entre homenajes, cónclaves internos casi de organización secreta, salí a tomar café con Santiago, un ex reportero de Novedades del que su padre había sido director. Allí y por no dejar le pregunté por el joven en cuestión. Con fastidio, casi encabritado, sacó de su saco un cheque y me lo mostró: 70 pesos a nombre del en esos momentos homenajeado… Los dos recuerdos aquí citados, son de los muchísimos más que en ocasiones me hicieron cuestionar si estábamos en el lado de los buenos o sólo los aprovechábamos”.

LA COSA ES QUE…

El punto de este relato es cómo el reportero es, en muchos sentidos y tantas veces como años colecciona en su vida, solo un objeto de manipulación; qué tal.

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