-
Sólo siendo buenos seremos felices
-
Los muchos mexicanos más pobres
-
Gobierno para pobres no para ricos
Javier Rodríguez Lozano
AGUASCALIENTES, Ags., miércoles 8 abril2020.- Aristóteles decía que filosofía es “amor a la sabiduría”. Todos sabemos -en especial quienes vinimos de la pobreza y nuestro esfuerzo personal y espiritual nos ha ayudado a alejarnos de esa condición, nunca ningún gobierno (sino hasta hoy), lo que no quiere decir que estemos a salvo de ella; pero todos sabemos que entre los pobres hay mucha sabiduría y también mucho amor. Los miserables, de Víctor Hugo; Los olvidados, de Luis Buñuel, Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis y Ojalá te mueras, de Rafael Arles Ramírez, lo describen muy bien, como también un grupo de periodistas coordinados por Salvador Frausto, que integraron el colectivo cuadernosderaya, para editar el libro Los doce mexicanos más pobres. El lado B de la lista de millonarios. Yo no lo he leído, pero estoy seguro que es excelente. Creo que si recuperara mis reportajes que sobre la pobreza escribí para el periódico La Prensa entre 1976 y 1987 (por cierto, el Seguro Social me niega mis semanas cotizadas, no quiere reconocer mi hoja rosa de aquel período laboral en la entonces Editora de Periódicos La Prensa, S.C.L., para mi pensión), igual que los de mis compañeros Evaristo Corona Chávez, Carlitos Espinosa Martínez y Jesús García Rivera, a las órdenes de Adolfo Montiel Talonia, nuestro súper jefe de Información, en especial aquellos que hiciéramos sobre el indigenismo en todo el país, estoy seguro que saldría no un libro, sino varios tomos… Ayer, en su mañanera, el presidente Andrés Manuel López Obrador definió que el suyo es un gobierno para los pobres, no para los ricos: “Hoy viene una nota de una calificadora o de una correduría financiera diciendo que hay países en donde están aplicando medidas como antes y que sólo México no está haciendo lo que están haciendo otros; pues es distinto, aquí hubo una transformación, aquí se inició ya una transformación, aquí primero el bienestar del pueblo y después el bienestar del pueblo”… Y eso le llevó a cuestionarse: ¿Por qué primeros los pobres? “Por humanismo, por solidaridad, pero también en el caso de los que son creyentes, porque esa es la esencia de los evangelios”. Y luego de ofrecer disculpas -es muy raro el discurso político y mediático, matizado de espiritualidad desusada- leyó: “Seremos juzgados -dice el papa Francisco- según nuestra relación con los pobres. Cuando Jesús dice -se abren comillas- ‘a los pobres siempre los tendréis con vosotros -dice Jesús- yo estaré siempre con vosotros, en los pobres, presente en ellos’, -y este es el papa- este es el centro del Evangelio y seremos juzgados por esto”… Nunca antes un Presidente de la República diría algo parecido, nunca. Y luego vino la definición de por qué el suyo es un Gobierno para los pobres y no para los ricos: “No es que se abandone a los que tienen más posibilidades económicas, es que tenemos que darle la preferencia a los más necesitados”… López Obrador dijo que este es un momento para la reflexión interna. “Ahora que estamos recogidos en nuestras casas con nuestras familias hablemos de esto. Nos afectó mucho el avance del materialismo en estos últimos años, de estar pensando nada más en los bienes materiales, en la riqueza y no pensar en valores culturales, morales, espirituales, que es lo más importante en la vida. Sólo siendo buenos podemos ser felices”… Estimó que se necesita una nueva corriente de pensamiento, “nada de triunfar a toda costa, sin escrúpulos morales de ninguna índole, nada de que: ‘Ahora que hay esta contingencia voy a aprovechar para sacar beneficios, para medrar, a mí qué me importan los pobres, los necesitados, yo lo mío”… ¡Cómo darles dinero a los pobres! ¡Cómo apoyar a los pobres! Que trabajen, si son unos flojos, si están pobres es porque no trabajan. “Es un pensamiento retrograda. Los pobres trabajan mucho, lo que pasa es que trabajan, trabajan y trabajan y no salen adelante porque no tienen oportunidades o no se les valora su trabajo adecuadamente”… Y parecía que su mente retrocedía velozmente a aquellos años 1973-76 en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, donde tenía que pedirles, pandillerilmente, “cooperación” a otros estudiantes, para sacar para la torta, el refresco y los camiones. Uno de sus “patrocinadores”, después dirigente de la Canaco en Aguascalientes, me platicaría esa anécdota. Entonces, el joven Andrés Manuel vivía en la Casa del Estudiante, adonde lo recomendó el poeta don Carlos Pellicer, a quien visitáramos la chihuahuense Bertha Rosalía González de Romero y yo, en su casa de la colonia Roma, a ver uno de sus clásicos nacimientos. El presidente diría ayer: “A mí me tocó ver muchas veces la fraternidad de los pobres. Cómo, alguien se enferma en una comunidad, no hay médico, los llevan ahí antes allá en Tabasco, en Chiapas, Veracruz en hamaca con maderas, con palos, los llevan al médico kilómetros y va enfermo, y sale de la comunidad y llegan los más pobrecitos, todos a dejarle en la hamaca un peso, cinco pesos, 10 pesos, lo que tienen. Lo mismo en los velorios. Los que se mueren, la gente coopera y hay café y hay lo que se entrega a los que llegan al duelo. Entonces, mucha solidaridad en nuestro pueblo. Bueno, aquí, esta es una de las ciudades más solidarias del mundo, la Ciudad de México, lo he dicho varias veces, la solidaridad que se ha expresado en momentos difíciles en la Ciudad de México sólo la he visto en las comunidades indígenas”. Vaya reminiscencias las de Andrés Manuel. Continúa: “¿Y qué cosa se piensa que es la Ciudad de México? Una ciudad individualista, en donde cada quien está haciendo sus cosas, que todo mundo anda de prisa, que no se habla un vecino con el otro. No, no, cada quien anda en lo suyo, pero cuando se necesita, todo mundo se da la mano”.
LA COSA ES QUE…
Vaya, si lo sabré yo. La solidaridad y la nobleza de la gente de la Ciudad de México solo es comparable a la de las zonas más pobres del país. Túxtla Gutiérrez, Oaxaca, Guadalajara, Torreón, Chihuahua, Ciudad Juárez, también también mucho de eso, pero nada se le compara; qué tal.