- Destape de la Cuarta Transformación
- ¿Cómo se mueven los hilos políticos?
- El experimento se apellida Sheinbaum
- Hoy no hay perdedores, puro ganador
Javier Rodríguez Lozano
CIUDAD DE MÉXICO, lunes 12 junio 2023.- Solo a Raúl Salinas Lozano (1917-2004) se le ocurrió educar a su hijo Carlos para que algún día fuera Presidente de la República… Ayer, la Cuarta Transformación ensayó su primer experimento y se llama Claudia Sheinbaum.
Leer al sistema político mexicano no es tan sencillo como se cree, ni Einstein pudo leer al Universo sino hasta el final de su vida, cuando en ambos casos está más que claro que es una Inteligencia Superior la que decide… Decisión invariablemente enrarecida por el hombre, como ya lo empieza a ser también por la mujer que se inicia en la política como “piña”.
Tema aparte de esta apasionante cuestión es saber también qué fuerzas terrenales intervienen en este proceso llamado La Sucesión Presidencial, y en la misma ciencia política universal, donde predomina un poder que nunca es el político precisamente, sino el económico, del cual se deriva también otro gran elector: el crimen organizado.
Vaya cuestión.
Este contexto explica, o al menos lo sugiere para quien sepa leer, por qué Europa está de cabeza como en 1945 y se entronizan China y Rusia desde 2020; por qué se disminuye Estados Unidos en todos los frentes; y por qué en América Latina, Nayib Bukele en El Salvador, Lula Da Silva en Brasil y Andrés Manuel López Obrador en México, buscan el santo grial de una democracia que empodere al pueblo, un poder que nunca ha tenido.
Raúl Salinas Lozano fue un economista que sembrara en su hijo Carlos la semilla del neoliberalismo que algún día germinaría saqueando a México, como presidente del Banco de Fomento Cooperativo y del Nacional de Comercio Exterior, así como secretario de Hacienda y Crédito Público y después, “la cereza del pastel”, nada menos que como corresponsal del Club Bilderberg a través de la delegación a su cargo del Fondo Monetario Internacional, uno de cuyos organismos financieros convirtieran al dólar en la moneda más fuerte del mundo desde la Conferencia de Bretton Wood de 1944, al que Nixon le quitara el patrón oro en 1971 y hoy hace agua frente a nuestro orgullo peso azteca, algo que ningún otro presidente mexicano había soñado siquiera.
Y fíjense ustedes, amables lectores, como la divinidad ayuda al que trabaja: Aquí, en el párrafo anterior, está lo que podríamos llamar el “big bang” del que surgiera Marcelo Ebrard, el hombre más cercano de Manuel Camacho Solís, quien siempre creyó -como alguna vez comentó a este reportero el cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval Íñiguez, allá en su hermosa casa jardín de Tlaquepaque- que sería presidente de la República, por estar más cerca del hijo de don Raúl, que Luis Donaldo Colosio y Ernesto Zedillo; pero Carlos tenía otra idea en mente, que cuando se le enrareció con “un sueño” igual al de Martin Luther King la mandó matar y el sustituto cumpliría al pie de la letra con aquel legado, al grado de entregar el poder a la oposición en el 2000. Aquí podríamos leer también que alguien ya se siente presidente de la República.
Sin necesidad de remitirnos a nuestra libreta de apuntes recordaremos que la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, más allá de no poseer ninguna de las artificiales cualidades de la “oropelia” política, ha sido la figura lopezobradorista, digámoslo más claro, más sinceramente nombrada por el Presidente, y eso debe ser suficiente.
¿Por qué? Porque la Cuarta Transformación, o dicho de otro modo, lo que el pueblo mexicano necesita con urgencia, ya no es quien haga mejor, más técnica y científicamente mejor las cosas, sin quien posea la más difícil de todas las virtudes humanas: La lealtad.
Porque la lealtad es lo primero, lo segundo y lo tercero: ¿No eres leal? No vales nada.
Este domingo, hace unas horas, se llevó a cabo el Consejo Nacional de Morena integrado por 364 personajes, donde gobernadores y funcionarios hicieron su mejor esfuerzo por atender el llamado presidencial de unidad, precisamente, piedra angular, o filosofal si se quiere, de la lealtad.
Desde este punto de vista, cada una de las corcholatas ya sabe cuál es la posición que le corresponde en este juego, como Adán Augusto, que se ha tenido que esforzar para hacerse ver como algo que a él mismo no le gusta: presidenciable; el Congreso de la Unión en su próxima Legislatura, la XLVI, tendrá los mejores operadores políticos, encabezados justamente por esa ciencia política morenista que sí sabe hacer política. Aquí mismo ya dijimos quién, solo hay que leerlo.
LA COSA ES QUE…
En su libro El círculo negro, Antonio Velasco Piña describe al grupo político que gobernó a México desde la primera Sucesión Presidencial, desde la primera en que robara la elección a José Vasconcelos, es decir, de 1929 al 2000.
Y distinguido miembro de aquel cártel político de los viejos regímenes sería don Fidel Velázquez, dirigente obrero, lechero, al que le cambiaría la vida desde el momento en que destapa al primero de los candidatos presidenciales, Manuel Ávila Camacho en 1939, hasta el último, Gustavo Díaz Ordaz en 1963; porque lo que vendría después sería “La docena trágica” iniciada por Luis Echeverría, a quien su cuñado Rubén Zuno Arce y Augusto Gómez Villanueva lo destaparían.
En esta Sucesión Presidencial de 2024 no va a ocurrir como en 1939, en que los dos aspirantes presidenciales serían Ávila Camacho y el general Francisco J. Mújica, quien también, obvio, otro de los tropezones clásicos de estos procesos, ya se creía presidente de la República, por su cercanía con el presidente Lázaro Cárdenas.
Mújica, como ya lo habían hecho tiempo atrás Vasconcelos y Juan Andrew Almazán, y como lo harían más adelante Gilberto Flores Muñoz, Mario Moya Palencia y don Javier García Paniagua, se retirarían a la vida privada, abandonando la política…(Pero nunca jamás, los negocios que deja la política).
Esta vez nadie abandonará la vida política, antes al contrario, una vez reseteada todos tomarán nuevos y renovados bríos, para alimentar los tradicionales caciquismos regionales que tanto dañan a los estados.
Qué tal.