COSA DE PRENSA / Morir viviendo 2

 

 

  • Nada de qué presumir, solo decir

  • Toda una vida de “corazonadas”

  • Al duelo, preguntas y respuestas

  • “Como si yo le hablara al viento”

 

 

Javier Rodríguez Lozano

 

CIUDAD DE MÉXICO, miércoles 9 noviembre 2022.- Morir viviendo es el título de una serie de textos que nos hemos propuesto escribir con criterio periodístico, que quizás desemboque en algo más amplio, como una novela, pero solo quizás.

 

Tenemos todos los elementos para hacerlo, al menos el decálogo que recomienda Diana P. Morales, escritora y profesora de escritura creativa, editora del portaldelescritor.com y directora de talleres de escritura presenciales en Sevilla y Cádiz.

 

Su decálogo es éste:

 

1 Consigue una buena idea, 2 Delinea la trama, 3 Trabaja los personajes, 4 Consigue el inicio perfecto, 5 Elige la voz narradora, 6 Crea un mundo verosímil, 7 Crea hábitos de escritura, 8 Crea escenas impactantes, 9 Escribe para emocionar y 10, Explica tu mensaje.

 

En casi 60 años en el periodismo, nos preguntamos nosotros, ¿habremos resuelto estos desafíos narrativos?

 

Nuestra edad ya no nos permite la falsa modestia, aquella con la que rechazamos las comodidades del periodismo mercantilizado, pero tampoco los excesos del ego, por la naturaleza del trabajo intrínsecamente espiritual que nos proponemos compartir, con la idea central de ayudar a que la gente descubra que al morir sigue viviendo.

 

Y esto exige, además de habilidad para escribir, humildad, certidumbre y respeto; aunque también, la ficción necesaria que recomiendan García Márquez y Vargas Llosa, donde “nada sea verdad, ni sea mentira, sino del color del cristal con que se mira”.

 

Decíamos el pasado lunes que Antoine de Saint Exupéry, nos había enseñado con El Principito, a ver con el corazón, porque él decía que: “Solo el corazón ve, lo esencial es invisible a los ojos”.

 

Decíamos también que, el deceso de nuestro ser más querido, nuestra compañera de viaje por la vida, nos llevó a una serie de reflexiones muy profundas, entre ellas la anterior, en que descubrimos que desde que nos iniciamos en 1966 en este noble oficio de informar, “yo sabía ver con el corazón y es con lo que ahora recupero la paz”.

 

Recordaba que fueron mis “corazonadas” las que me llevaron a resolver muchos casos en el periodismo policiaco, y me referí a los galardones que nunca me interesaron, salvo aquel que mi director en La Prensa, Víctor Manuel García Solís, prácticamente me obligó a aceptar en 1980, debido a los reportajes de Papa Nabor, el primo de Lázaro Cárdenas que había roto con la Iglesia para fundar su propia Secta Rosarina en Puruarán.

 

Aquellas “corazonadas”, decíamos, también las llevamos a la crónica política, por ejemplo, con la investigación de la caja chica electoral del PRI, del presidente José López Portillo en el Banco Nacional Pesquero y Portuario (Banpesca), un macro fraude inicialmente de 2.8 millones de pesos, que al final resultó en más de dos billones de pesos, investigación mía que periódico El Universal publicaría a finales de 1989 y mediados de 1990, concluida cuando Pedro Aspe Armella y Fernando Gutiérrez Barrios, secretarios de Hacienda y Gobernación, respectivamente, informarían a Juan Francisco Ealy Ortiz del inicio de acciones penales en los juzgados de Distrito del país.

 

Aquellas mis “corazonadas” sobre la Quiebra Técnica de Banpesca, que le presenté en documentos al jefe de prensa de Arsenio Farell Cubillas, Amado Treviño Abate, cuando me pidiera pruebas que involucraban a Javier, un hijo de su patrón, únicamente serían publicadas por El Gran Diario de México y nadie más; excepto aquellos suscriptores de su agencia, como El Porvenir de Monterrey y muchos otros más.

 

Ofrezco disculpas por las reminiscencias sobre mi perfil periodístico, pero las estimé necesarias para sustentar la base moral que me faculta a incursionar ahora, con el mismo criterio editorial aprendido en los grandes diarios del país, en el periodismo espiritual, aquel al que no cualquiera le dedica una línea ágata o un cuadratín.

 

El tema central de Morir viviendo, no es precisamente el duelo que vivimos, aunque sí nos catapultó, pero es algo más profundo: los mensajes espirituales que recibimos de las conversaciones de la médium Carmen de Sayve durante 30 años con las almas del purgatorio, que le preguntan por qué no hay escuelas que en vida enseñen a la gente lo que hay después de muerte.

 

Decía el lunes pasado que “no es fácil hablar de la muerte que no existe y del miedo a la muerte que es la causa de todos los males”, porque al morir no existe el “crimen y castigo” de que habla Dostoyevsky; lo que existe es la prolongación de la vida, pero esta vez, eterna.

 

Ahora voy a adentrarme un poco en algunas escenas previas relativas a mi duelo, que fueron las que me impulsaron a buscar respuestas a mis muchas preguntas, tantas como las que se formula toda persona cuando de pronto se le vienen encima meses de dolor e incertidumbre, en los que nada parece funcionar, las instituciones menos que nada, donde yo veo el fracaso absoluto de todo gobierno.

 

En 47 años de convivencia, con muchos espacios pausados, o caminos de ausencia, debido a mis viajes por todo mi país y muchos países del mundo, uno de los ejes de mis conversaciones con Ella eran en el sentido de que: “A un periodista de mi nivel, de mi experiencia, prácticamente es imposible que se le oculten las cosas; yo me entero de todo, si me quiero enterar, Hago que me dejo engañar, pero nada me engaña”.

 

Esta presunción, debida a mi habilidad de ver con el corazón, se la demostré a Ella a largo de todos esos años, pero más acentuadamente en la parte final de su vida, en los últimos tres años, en 2019-20, cuando se le declaró el cáncer de mamá y que, ante los obstáculos que enfrentábamos en una ciudad pequeña, con una muy limitada estructura de servicios médicos y muy poca voluntad política, yo le hablaba de los riesgos y los peligros, además, espirituales, que nos acechaban y amenazaban, por pura envidia, a los que Ella nunca les hizo caso y no me apoyó para combatirlos.

 

LA COSA ES QUE…

 

El verdugo de estos textos siempre será el espacio, porque hasta yo me quedo picado por continuar escribiendo, para adelantar una probadita de lo que es la novena recomendación del decálogo del escritor de Diana P. Morales, que pide “escribir para emocionar”.

 

Como reportero policiaco, donde lo que menos vi infinidad de veces fueron cadáveres descuartizados, ya por accidentes carreteros o aéreos, de niños, mujeres, ancianos y adultos, creía yo que me había blindado contra las emociones humanas que despiertan estas tragedias.

 

Sentía como que había consumido mi capacidad de asombro, pero qué error; o, mejor dicho, qué terror…

 

Aquello creía yo, pero lo que seguiría durante la agonía de mi ser querido simplemente me resultó inenarrable, nunca creí que pudiera existir tanto dolor, y por primera vez en mi vida le reclamé a mi corazón: “¿Por qué no me dijiste que iba yo a vivir esto?”

 

Y me reprochaba, gritándome conceptualmente con tono fuerte y claro: “¡Sí, sí te lo dije muchas veces, pero tú tampoco me quisiste creer; como si yo le hablara al viento!”

 

 

Qué tal.

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