Lo mataron porque iba a informar a Girolamo Prigione, para que éste enterara al papa Juan Pablo II, sobre los vínculos de Carlos Salinas y su gobierno con la delincuencia organizada.
- Los crímenes de la sucesión de 1994
- Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo
- El candidato Luis Donaldo Colosio
- La sucesión presidencial de 1969
- Echeverría: Cien años de impunedad
Javier Rodríguez Lozano
Lunes 24 mayo 2021.- Hoy se cumplen 28 años del asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, a quien Manuel Camacho Solís regañara agresivamente una semana antes del atentado de los cárteles de la droga en Guadalajara.
La interrogante sigue en el aire, sin resolución oficial, aunque ya no tanto para el periodismo con memoria, que concluimos que aquel magno homicidio se enmarcaba en la doblemente trágica sucesión presidencial de 1994, al alcanzar también a Luis Donaldo Colosio.
A Posadas lo mataron porque iba a informar a Girolamo Prigione, para que éste enterara al papa Juan Pablo II, sobre los vínculos de Carlos Salinas y su gobierno con la delincuencia organizada, uno de sus bastiones a “La caída del sistema 1988”.
Y a Colosio, porque veía un México muy jodido y confesaría haber soñado que combatía la corrupción y la impunidad, y transformaba al país, exactamente igual como ahora lo hace Andrés Manuel López Obrador, aunque nadando como salmón contra la tumultuaria corriente del anti-mexicanismo desmemoriado.
De nuestra conversación con el cardenal de Guadalajara Juan Sandoval Íñiguez, publicada en Excélsior en 2004, resumimos entonces y reiteramos hoy: el atentado de Posadas quiso ocultar los vínculos de Carlos Salinas de Gortari con el crimen organizado, más o menos semejante al de Felipe Calderón Hinojosa, que está de regreso a sangre y fuego en 2021, en busca del triunfo de sus candidaturas y sus candidatos.
Continuamos:
El viernes dijimos que Mario Moya Palencia era el que más creía que sería el próximo Presidente y actuaba como tal, igual que Manuel Camacho Solís que sin ser secretario de Gobernación siempre creyó suyo el ungimiento salinista que le ganara Luis Donaldo Colosio.
También dijimos que, al menos aquella impresión le quedó a Juan Jesús Posadas Ocampo, el cardenal de Guadalajara, cuando una semana antes de su asesinato el 24 de mayo de 1993, Camacho Solís lo regañara escandalosamente en Los Pinos, en una reunión con Salinas.
En Los laberintos del poder, Retrospectiva y perspectiva de Echeverría a López Portillo, Peter H. Smith, resalta aquel destape de siete tapados en Morelos, del secretario Leandro Rovirosa Wade, como un “hecho inédito en el sistema político entonces vigente y que recibió gran difusión en los medios de comunicación”.
El “destape” de Rovirosa y el papel de los medios de comunicación centaveados por el echeverrismo -les había metido mucho dinero y no precisamente por publicidad, sino para que sus directivas fortalecieran sus endebles finanzas- fueron claves en aquella sucesión presidencial de 1975.
Por ejemplo, Luis Enrique Bracamontes, secretario de Obras Públicas, nada tenía que hacer en la carrera por la sucesión presidencial, pero su hermano Federico, director de El Gran Diario de México, lo incorporó por sus pantalones.
Otros tenían cierto tipo de justificante, ridículo si se quiere pero al fin justificante, como el de Porfirio Muñoz Ledo, que por el solo hecho de haber sido el redactor oficial de los discursos de la mentira y el engaño echeverrista ya tenía derecho a estar en esa lista.
O el de Augusto Gómez Villanueva, oscuro líder de la Confederación Nacional Campesina, que tuviera la “virtud” -nada más y nada menos- que de aplacar al destapador oficial de ocho candidatos presidenciales, don Fidel Velázquez, adelantándosele y sin ninguna línea del priismo, aunque sí de su líder nacional, precisamente Muñoz Ledo, destaparía a Luis Echeverría el 22 de septiembre de 1969.
Tampoco tenía mérito alguno José López Portillo, secretario de Hacienda, puesto al que llegó precedido de modestos cargos en la administración pública y sin ningún antecedente de experiencia en las urnas, como el propio Echeverría.
Solo se acreditaban como aspirantes a la candidatura presidencial con más o menos algunos antecedentes sólidos, Hugo Cervantes del Río y Carlos Gálvez Betancourt.
Obvio, aquella sucesión presidencial de 1975 era una verdadera chambonada, pero peor había sido su antecesora, la de 1969, y los mexicanos nos las tragábamos todas sin respirar.
LA COSA ES QUE…
El próximo 17 de enero de 2022 su autor cumple 100 años de impunedad: Luis Echeverría Álvarez, responsable de todos los males de México, por autoría personal y directa, y por las enseñanzas que dejó, principalmente en Carlos Salinas de Gortari y el salinismo aún vigente, aunque con honrosas excepciones por supuesto, como el propio Andrés Manuel López Obrador, que naciera a la política durante el nefasto echeverrismo.
El miércoles le platicamos otra parte de la sucesión presidencial de 1969, fue clave no solo por la forma en que cambió todo el sistema político mexicano, derivado también de un movimiento estudiantil de 1968 inventado con el mismo propósito.
Es un parteaguas que estudiado con cierto interés, digamos que aunque sea de un poco de amor a México, explica lo que mucha gente -y muy inteligente, aparentemente, que es lo más preocupante- no entiende de la política de hoy.
Cuando alguien, independientemente de que sea el presidente Andrés Manuel López Obrador, o un periodista como nosotros, al que el dinero público no pudo comprar nunca su conciencia, dice y decimos que todos los males de México datan de hace 36 años, nos quedamos cortos.
Y lo peor del caso es que si escribiéramos muchos libros al respecto, no pasarían del aparador, porque el chip de la credibilidad periodística está controlado por aquellas influencias que un día y otro también, critican al México libre que la mayoría de las y los mexicanos queremos ser.
Es decir: “Lo mío es la ‘verdad’; lo tuyo es ‘conspiranoico”.
Qué tal.