Día del Ejército, 108 Aniversario.
Mensaje
General de División André Foullon, subsecretario de la Secretaría de la Defensa Nacional; almirante José Rafael Ojeda Durán, secretario de Marina; diputada Dulce María Sauri Riancho, presidenta de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados; senador Óscar Eduardo Ramírez Aguilar, presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Senadores; ciudadanos gobernadores del Estado de México, Querétaro, Hidalgo, jefa de Gobierno de la Ciudad de México; servidores públicos, civiles, militares.
Amigas, amigos:
Hoy, cuando se conmemoran 108 años de la fundación del Ejército, es oportuno recordar las circunstancias que dieron origen a esta institución fundamental del Estado mexicano. Debe recordarse que nuestro país ha tenido, a lo largo de su vida independiente, distintas instituciones castrenses.
El Ejército Trigarante consumó la Independencia y, tras un breve periodo en el que fue conocido como Imperial, en tiempos de Iturbide, pasó a llamarse Ejército Nacional. Esa formación que enfrentó la invasión estadounidense entre 1846 y 1848 terminó descomponiéndose al calor de los conflictos entre liberales y conservadores; cada uno de esos bandos formó su propio ejército y fue el liberal el que hizo frente y derrotó a la intervención francesa y al imperio de Maximiliano.
Tras la restauración de la República, se conformó una fuerza armada que se denominó Ejército Federal, de triste memoria por la orientación antipopular y represiva que le imprimió la dictadura de Porfirio Díaz.
Los antecedentes inmediatos a nuestro ejército actual están estrechamente relacionados con la traición que desembocó en el asesinato del presidente Francisco I. Madero, de su hermano Gustavo y del vicepresidente José María Pino Suárez, entre otras autoridades civiles y militares y de muchos ciudadanos inocentes.
El golpe de Estado de ese entonces fue organizado por las fuerzas del retroceso, opuestas a la revolución maderista. Los autores intelectuales de esta tragedia estaban vinculados a la oligarquía porfirista: banqueros, grandes comerciantes, terratenientes y hacendados.
Pero también fue notorio, como pocas veces en la historia, el intervencionismo abusivo y deleznable, ruin, del embajador de Estados Unidos en México, Henry Wilson.
Los ejecutores del cuartelazo fueron militares del antiguo régimen porfirista, como Bernardo Reyes, Félix Díaz, Manuel Mondragón, Gregorio Ruiz, Victoriano Huerta, Aureliano Blanquet, Francisco Cárdenas y otros que habían hecho carrera ejecutando actos arbitrarios en distintas regiones del país, y que se habían ganado una triste fama como represores por la brutalidad con la que trataron a pueblos indígenas para despojarlos de sus tierras, aguas, bosques y otros bienes comunales.
Como sabemos, este aciago tiempo de zopilotes, que antes se conocía como la Decena Trágica y que ahora los historiadores llaman, con más apego a la verdad, la Quincena Trágica, comenzó el 8 de febrero y concluyó con los infames acontecimientos de la madrugada del día 23 de ese mes, en el que son cobardemente asesinados el presidente Francisco I. Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez.
En uno de esos dolorosos días, el 18 de febrero, mientras en la Ciudadela son cruelmente asesinados Gustavo A. Madero y Adolfo Basó, el presidente Madero, el vicepresidente Pino Suárez y el general Felipe Ángeles son aprehendidos y encarcelados en la intendencia de Palacio Nacional.
Por la tarde, Victoriano Huerta notifica a todos los gobernadores y a las autoridades militares, cito textualmente: ‘Autorizado por el Senado, he asumido el Poder Ejecutivo estando presos el presidente y su gabinete’, según reza un escueto y nefasto telegrama.
Lamentablemente esta felonía fue acatada por casi todas las autoridades civiles y castrenses. Sólo un gobernador, Venustiano Carranza, reunió esa noche a sus colaboradores en su casa de Saltillo, Coahuila y les hizo ver la necesidad de desconocer al usurpador.
Al día siguiente, el 19 de febrero de 1913, se dirige al Congreso local expresando textualmente:
‘El Senado, conforme a la Constitución, no tiene facultades para designar al primer magistrado de la nación, no puede legalmente autorizar al general Victoriano Huerta para asumir el Poder Ejecutivo y, en consecuencia, el expresado general no tiene la legítima investidura del presidente de la República.’
Y agrega:
‘Deseoso de cumplir fielmente con los sagrados deberes de mi cargo, he creído conveniente dirigirme a esa H. Cámara para que resuelva sobre la actitud que deba asumir el gobierno del estado en el presente trance con respecto al general, que por error o por deslealtad, pretende usurpar la primera magistratura de la República.’
Ese mismo día, la Comisión de Puntos Constitucionales del Congreso local aprobó un dictamen respaldando al gobernador con la propuesta de que se publicara un proyecto de decreto por el cual se desconocía al general Huerta como presidente de la República.
Así, cuidando todas las formas legales, Venustiano Carranza procedió a publicar el decreto que, entre otras cosas, pasó a ser el acta constitutiva de nuestro Ejército Mexicano actual. Este histórico documento consta de dos artículos en los cuales se desconoce a Huerta y una exhortación que concede facultades extraordinarias al Ejecutivo del estado, y se le autoriza, cito:
‘… armar fuerzas para coadyuvar al sostenimiento del orden constitucional de la República. Asimismo, se convoca a los gobiernos de los demás estados y a los jefes de las fuerzas federales, rurales y auxiliares de la federación para que secunden la actitud del gobierno de este estado.’
Luego del decreto, Venustiano Carranza comenzó a reunir oficiales del antiguo ejército y, sobre todo, a fuerzas auxiliares llamadas irregulares, que no eran más que rancheros o civiles del campo y la ciudad, dispuestos a luchar por el restablecimiento de la legalidad democrática.
Así nació el actual Ejército Mexicano. Surgió, no lo olvidemos, de las entrañas del pueblo y de las distintas regiones del país, porque después del asesinato del presidente Madero y del vicepresidente Pino Suárez empezaron a llegar a Coahuila revolucionarios de todas partes.
Recuérdese el día 26 de marzo de 1913, en la Hacienda de Guadalupe, Coahuila, se firmó el plan que lleva ese nombre, el Plan de Guadalupe, que en su artículo 4º establece:
‘Para la organización del Ejército, encargado de hacer cumplir nuestros propósitos, nombramos como el primer jefe del Ejecutivo, que se nombrará como constitucionalista, al ciudadano Venustiano Carranza, gobernador constitucional del estado de Coahuila.’
Así, el mando del Ejército quedaba en manos de un civil: Venustiano Carranza.
También sus subordinados y demás participantes carecían de formación profesional militar, aunque algunos tenían la importante experiencia adquirida en las luchas que se habían iniciado para el derrocamiento de Porfirio Díaz.
Es importante recordar que este plan es secundado por Álvaro Obregón, Salvador Alvarado, Benjamín Hill, Pablo González, Cesáreo Castro, Francisco Villa, Lucio Blanco, Francisco J. Múgica y muchos otros.
Este es el origen del actual Ejército, que surge del pueblo, no de la oligarquía, este Ejército que surge del pueblo para defender la legalidad y la democracia, y para hacer valer la justicia.
A lo largo de su historia es más lo bueno de esta institución que los errores o sus manchas, muchas de ellas no atribuibles a los mandos militares, sino a los gobiernos civiles que en algunas ocasiones han utilizado indebidamente a las Fuerzas Armadas para reprimir al pueblo.
Pero ya eso quedó atrás. Esta nueva etapa de la Cuarta Transformación debe caracterizarse, entre otras cosas, por la convivencia estrecha y fraterna entre el pueblo uniformado y el pueblo civil.
El Ejército Mexicano debe continuar siendo un pilar fundamental del Estado mexicano, como lo establece su ley orgánica: seguir cumpliendo con su misión de defender la integridad y la soberanía de la nación; garantizar la seguridad interior; auxiliar a la población civil en caso de necesidades públicas; realizar acciones cívicas y obras sociales que tiendan al progreso del país y, en caso de desastres, prestar ayuda para el mantenimiento del orden, auxilio de las personas y sus bienes y la reconstrucción de las zonas afectadas.
Es de resaltar y de reconocer en este día, en especial el apoyo del Ejército a la población civil, a los mexicanos, mujeres y hombres en momento difíciles de temblores, huracanes, inundaciones, o como es el caso de su actuación tan comprometida y de entrega total para ayudar a enfrentar la pandemia del COVID-19.
El Ejército Mexicano también se está renovando y le hemos encargado tareas como las que realizan los ingenieros militares en la construcción de sucursales del Banco de Bienestar, para que la gente que vive en las comunidades más apartadas pueda llegar a estas sucursales del Banco del Bienestar y obtener lo que por justicia les corresponde.
El Ejército y sus ingenieros militares nos ayudan en la edificación de cuarteles; nos ayudan en la vigilancia de ductos para evitar el robo de hidrocarburos; nos ayudan, como es notorio, en la construcción de este gran Aeropuerto Internacional ‘Felipe Ángeles’, y pronto se incorporarán de lleno para hacer realidad la obra del Tren Maya.
Además, con la reciente reforma constitucional, que es el fruto del acuerdo, del consenso de todas las fuerzas políticas en el Congreso, todos por unanimidad apoyaron para que las Fuerzas Armadas, el Ejército, la Marina, nos apoyen, como lo están haciendo, para la formación de la Guardia Nacional y garantizar, de esta forma, la seguridad pública de todos los mexicanos.
Nuestra aspiración es seguir contando con las Fuerzas Armadas, que sean garantes de nuestra soberanía, integridad territorial y que en el ámbito interno operen al mismo tiempo como cuerpos de paz, de progreso, de justicia.
Aquí reitero mi agradecimiento sincero por el respaldo del Ejército al gobierno que represento. Destaco la lealtad del general secretario Luis Cresencio Sandoval González, a quien deseamos todos, una pronta recuperación y le aplaudimos.
Expreso también mi solidaridad y agradecimientos a oficiales y soldados del Ejército Mexicano en este día histórico
Les digo, para concluir:
Gracias, muchas gracias por servir a México. Gracias. —