- Una crónica nunca publicada
- ¿Qué fue de Jorge Ramos (+)?
- ¿Y de Alfonso Maya Nava (+)?
Javier Rodríguez Lozano
AGUASCALIENTES, Ags., lunes 27 abril 2020.- Nunca supe bien qué paso pero aquella tarde-noche del miércoles 30 de mayo de 1984, que ingresaba a mi redacción de Basilio Vadillo 40, en la colonia Tabacalera, para empezar a pegarle a la tecla de mi Remington con la mejor nota que trajera cualquier reportero de México en aquellos aciagos momentos, me encontré con que estaba yo suspendido. Venía de la Quinta Delegación. Así les llamábamos entonces a las agencias investigadoras del Ministerio Público, las verdaderas fábricas de delincuentes y criminales, con las peores injusticias donde la impunidad y la corrupción construyeron sus infernales imperios, desde el amanecer de los tiempos, quizás los de Valente Quintana, surgido a la fama en los años en que nacían los dos más grandes periódicos de México: Excélsior y El Universal, hasta los de la no menos trágica historia de Abraham Polo Uscanga, director de Averiguaciones Previas en los 80s, asesinado tiempo despues… Mi subjefe de Información, Jorge Ramos (+) me había suspendido sin explicación alguna, lo único que se me ocurría recordar es que la noche anterior habíamos debatido en una de las cantinas de la zona. Él decía que “el mejor reportero, es el reportero soltero”. ¿Por qué?, le preguntaba yo. “Porque tiene absoluta libertad para hacer mejor su trabajo”. Aunque no estuviera de acuerdo, aquello me llevó a concentrarme mañana, tarde y noche, en mi fuente policiaca, y a ir a casa con mi familia, solo a dormir; ya no se diga cuando llegarían con los años las giras a todo el país y a algunos países del mundo. A Jorge Ramos le molestaba que hablara yo de algunos escritores célebres, como Sartré, por recordar al que más le incomodaba, tal vez por aquello que decía el filósofo francés, de que “el hombre se hace a sí mismo”. A Jorge, hijo de padres cooperativados en La Prensa, le molestaba que yo fuera autodidacta y en aquellos años “me estaba haciendo a mí mismo”, ¡pero a qué precio! Con su apoyo y también, más generosamente, con el de su superior, Adolfo Montiel Talonia, un gran señor en toda la extensión de la palabra, a quien envío mi gratitud eterna y mis bendiciones. Con los años -permítaseme concluir esta anécdota- no entendía porqué a mí no me gustaban los reconocimientos, por ejemplo, el Premio Nacional de Periodismo, que alguna vez el antecesor de Paco Ignacio Taibo Sr. “El Gato Culto”, Alfonso Maya Nava (+) finado también por una injusticia en El Gran Diario de México, me preguntara si estaría de acuerdo en participar, pues había descubierto yo “la caja chica del PRI” de José López Portillo en el Banco Nacional Pesquero y Portuario (Banpesca), y le dije que no; que no estaba de acuerdo con renocimientos del sistema y que prefería el de la gente. Más o menos como Sartré rechazaría ante la Academia Sueca, también en su momento, con semejantes argumentos, un Premio Nobel de Literatura. (Ruego se me disculpe la desproporción, pero sigo pensando lo mismo: no me interesan los reconocimientos, con todo respeto para quienes los expiden, me basta con mi historia y nada más)… Ah, ¿pero cuál era “la mejor nota que trajera cualquier reportero de México en aquellos aciagos momentos”, de la tarde del miércoles 30 de mayo de 1984? Jorge Aranda, subdirector con Polo Uscanga, de Averiguaciones Previas de la Proguracuría General de Justicia del Distrito Federal, me aventaría a la cara la puerta del anfiteatro forense de la Quinta Delegación para que yo no entrara. Entonces yo la abrí con un par de patadas (nunca me arrepentí de aquella grosería, “el fin justificaba los medios”) y me introduje. Jorge Aranda me vio furioso pero no me dijo nada. Frente a mí, cuatro legistas tenían sentado para desvestirlo sobre la plancha de cemento el cadáver semi desnudo de Manuel Buendía. Pude ver cinco orificios sangrantes en la espalda del columnista de Red Privada, de El Periódico de la Vida Nacional. Podía escuchar también, los desgarradores lamentos de la esposa, Dolores Ábalos, en los primeros e innnarrables instantes de su viudez, pues estaba llegando a las puertas de aquel anfiteatro, en la calle Violeta de la colonia Guerrero… Horas antes, en Insurgentes de la Zona Rosa, Manuel Buendía había sido abatido por órdenes del presidente Miguel de la Madrid a Antonio El Güero Zorrilla Pérez, jefe de la Dirección Fedral de Seguridad (DFS), ejecutadas por su agente estrella Juan Moro Ávila, sobrino nieto del presidente Manuel Ávila Camacho… Esto fue algo de la crónica que nunca publiqué. En diciembre de 1987 renunciaría yo a La Prensa, aunque no lograra convencer a don Mario Santaella, ni visitándolo personalmente en su casa de San Ángel, para irme a El Universal, justo a unos días de que alguien disparara dos veces contra la oficina de Juan Francisco Ealy Ortiz. Me esperaba otra investigación. Y poco después me enteraría por mis compañeros y asistiría a su sepelio, que Jorge Ramos había fallecido, también en circunstancias poco claras.
LA COSA ES QUE…
Con esta crónica fallida debía abordar el tema de los despojos a Excélsior, pero se me acabó el espacio. En la web ya no se consume tanto texto como en el papel. ¿Está bien que lo aborde en otro momento?; qué tal.