Carlos Ferreyra Carrasco
CIUDAD DE MÉXICO, sábado 9 febrero 2019.- Apenas transcurrido el primer mes del año, y con la incertidumbre de dos muertes valoradas políticamente y dos más en términos humanos, y Puebla, El reino de los feminicidios comienza a aportar cifras, a sostener su prestigio malo, pero prestigio al fin.
En los primeros quince días se destapó una fosa de 73 metros de profundidad, de la que extrajeron tres cuerpos sin vida. Insistieron y a los pocos días localizaron otros tres cadáveres.
Opinan las autoridades que es seguro que en tales honduras deban existir más cuerpos. O sea, se teme la repetición del pozo Meléndez de Guerrero, donde la Viuda Negra, de apellido Urióstegui, lanzaba los restos de sus víctimas, incluyendo los de sus maridos.
No recuerdo en qué número de asesinados paró la cuenta pero en esas andamos en Puebla donde sin terminar aun el mes, ya había ocho mujeres en la cuenta de los criminales aficionados a este tipo de asesinatos que en el pasado reciente no dejó un miserable matón para la cárcel.
La historia seguramente la gran maestra, enseñó que con echar la responsabilidad al vecino estado de Tlaxcala y éste a su vez a los poblanos, las culpas se diluyen y las investigaciones quedan en consejos que van de una policía a la otra. No pasa nada y con eso ambas entidades presumen estadísticas que son incompletas. La mataron en Tlaxcala y la vinieron a tirar acá, es la salida fácil.
En los periódicos locales igualmente se registran intentos de linchamiento, en uno de los cuales el ladrón se salvó únicamente por la flojera de sus indignados ejecutores. Lo amarraron patas arriba en un árbol y se retiraron a terminar algún festejo.
Cuando regresaron, el tipo se había desatado y huido. La policía, como es su deber, organizó una búsqueda con rastreo por la zona y no encontraron a nadie.
De acuerdo con los medios estatales, los datos iniciales hacen temer que los crímenes de sangre aumenten. No consideran como tales los muertos entre huachicoleros y mucho menos los de las fuerzas del orden
Como solemos considerarlo a partir de la guerra de Calderón, los uniformados de cualquier especie no cuentan. Como dijo alguna ocasión un ilustre panista, pianista y hoy priísta al referirse a los muertos del lado oficial, “para eso les pagamos”.
Bajo ese criterio no consideramos los agentes del orden especialmente municipales, que han caído sin que merezcan una tibia mención en la última página.