- Cómo la encueró Daniel Cosío Villegas
- Rovirosa Wade destapa a 7 “tapados”
- 1982: De la Madrid y García Paniagua
- El País, de España, y sus candidatos
- Ricardo Anaya y Ricardo Salinas Pliego
- Claudia Sheinbaum1 y Marcelo Ebrard2
Javier Rodríguez Lozano
Miércoles 19 mayo 2021.- El tema que mejor dominamos es el de La Sucesión Presidencial, desde 1981-82 cuando publicamos en La Prensa –el periódico que decía lo que otros callaban– un reportaje de 640 cuartillas: ocho diarias en la página 2 durante 10 semanas ininterrumpidas; disponibles en las hemerotecas de Basilio Vadillo 40 y de la UNAM.
Las últimas líneas escritas de aquella investigación periodística de seis meses en los archivos y en las calles, y dos meses frente a la vieja Remington del 5º piso del icónico edificio frente a la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, nos fueron censuradas internamente.
¿Qué decían aquellas conclusiones de La Sucesión Presidencial que nunca se publicaron?
Que en aquellos años México enfrentaba dos crisis concretas: la de la economía destrozada por “La Docena Trágica”; y la de la inseguridad, generada por las ocurrencias de Echeverría y López Portillo, lo cual revelaba que los únicos candidatos posibles eran, para la economía, Miguel de la Madrid; y para la inseguridad, Javier García Paniagua.
La academia -como las propias memorias del huésped de La Colina del Perro- así concluiría también, con el mismo escenario.
Hasta ahí llegaría la carrera política del hijo del general Marcelino García Barragán, don Javier, a quien cuando lo saludáramos personalmente una década después, con un apretón de manos se congratulaba de aquel reportaje.
Después de los asesinatos de Venustiano Carranza y Álvaro Obregón, desde la primera sucesión presidencial del sistema político mexicano, la de 1929 de Pascual Ortiz Rubio contra José Vasconcelos, se marcaron no solo los trazos de la violencia y la corrupción para mantener a un partido en el poder, sino también en qué momento se iniciaba y cómo se movía bajo la mesa, es decir, la tradición oculta.
“La transición del poder ha sido objeto de un sinfín de especulaciones y debates y está imbuida de un profundo valor simbólico”, dice Peter H. Smith en su libro Los laberintos del poder.
Lo cierto es que no hay fiesta más espeluznante que La Sucesión Presidencial y nadie mejor que las y los mexicanos para relatarla; a los extranjeros no se les da, por algo será, ,desde Mario Vargas Llosa y Alan Rilding, hasta el periódico El País, de España, vocero oficial del poder económico mundial, que “hoy madruga” con sus candidatos: Los Ricardos Anaya y Salinas Pliego.
En sus libros La sucesión presidencial y La sucesión presidencial, desenlace y perspectivas, Daniel Cosío Villegas encueró ese “personal estilo de gobernar” y Luis Echeverría nunca estuvo de acuerdo con él; era natural: La verdad incomoda, el echeverrismo estaba hecho de mentiras.
En cierto modo, Echeverría creía que Cosío Villegas le criticaba en Excélsior por encargo de Scherer, pero aunque compatibles el periodista y el politólogo, la consigna estaba lejos de la honestidad periodística e intelectual de editor y escritor, lo cual hoy no existe en el periodismo conservador.
Cosío Villegas decía que, lo que nosotros llamamos “fiesta espeluznante”, y que él describe como “el modo de transmisión del mando presidencial o tapadismo”, se iniciaría con Lázaro Cárdenas, cuando ante la inminente victoria electoral de Juan Andreu Almazán en 1940, tuvo que elegir su sucesor a Manuel Ávila Camacho.
Entonces a México -los 40s- todavía no llegaba lo que cuatro años más tarde, en Bretton Wood se pactaría en favor de Estados Unidos, y desde entonces en el mundo los presidentes los elige el poder económico mundial y no las urnas, como el pasado 3 de noviembre con la caída pactada de Donald Trump.
Cosío Villegas lamentaba que el tapadismo fuera el mayor proceso de manipulación y que había perfeccionado los mecanismos de exclusión de todos de la vida política, “en cado caso los grandes empresarios podían tomar alguna decisión menor”, creía el politólogo, quizás, más inolvidable de México.
Otra anécdota interesante de la retórica cosíovilleguista era “pitorrearse” de cómo Echeverría fabricaba precandidatos falsos para ocultar su decisión tomada casi desde que asumiera la Presidencia.
Otras de las cosas que decía don Daniel y que indigestaban a Echeverría era que decía que el presidente parecía hablar por una “necesidad fisiológica, que tenía que ser periódicamente satisfecha”.
Pero aquel Presidente lenguaraz, que aumentara de 86 a 740 el número de empresas propiedad del Estado y que destituyera personalmente a los gobernadores, de Guerrero, Nuevo León, Hidalgo, Puebla y Sonora, empezaría en 1974 su juego de la sucesión presidencial.
LA COSA ES QUE…
Se lo describimos el viernes, con el destape de los tapados de Leandro Rovirosa Wade en 1974, por hoy se nos acabó el espacio.
Qué tal.